Los muertos no mandan avisos. Yo quedé con uno de ellos para que cuando llegara al destino de su viaje etéreo enviara una nota con papel de cielo.
Azul, con perfumes eternos, en las manos de un ángel cartero.
Y miro cada noche hacia arriba sin tener noticias suyas.
Quizás el retraso se deba al exceso de viajeros.
Ese cruce de caminos que separa a los buenos de los que van al infierno debe estar lleno de almas despistadas que buscan destino y no tienen tiempo de escribir unas letras ni mandar una señal de intermitencias con la luz de algún lucero.
Pero no desespero, porque para ellos es eternidad lo que nosotros medimos con los minuteros y seguro que alguna noche de estas me guiña cómplice el ojo una estrella y tendré noticias de su paradero.
Entonces, en un viaje sin maletas ni equipaje, llegaré donde están ellos y os prometo, si de mí depende la voluntad del mensajero, enviar recado desde el infierno o el cielo. Quedad alerta y cuando llegue la hora, en aquel cruce de caminos, os espero.