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Resbalabas tu mano en la butaca
incierta y sigilosa
cual serpiente al acecho de la caza.
Al encontrar tus dedos
la anhelada epidermis de su cuerpo
parabas la incursión,
cauto, a la espera de reacción
rehusada o complaciente.
Si el camino estaba abierto, ascendías
suavemente a las tibias lomas de su brazo.
Con respiración contenida
seguías el avance
en la oscuridad envolvente de la sala.
Las manos enlazadas
sellaban cómplices deseos adolescentes,
mientras en la pantalla iluminada
corrían diligencias
y los cuatreros y el sheriff
arreglaban conflictos a balazos.
El argumento más apetecible
-que recordarás luego tantas veces-
lo escribimos nosotros sin saberlo
en la grata penumbra de los cines,
mientras un chorro cónico de luz
repleto de motitas vaporosas
llenaba la pantalla de ficciones..