
Con mi respeto y admiración por los auténticos ecologistas.
Ornados con verdosos atavíos
y tocado de pluma el tirolés,
llegan ecologistas reciclados
de la fina boutique del Corte Inglés.
Recorren el terreno de puntillas
por no manchar de barro su buen paño,
opinando de todo sin embargo
con la erudita ciencia que aprendieron
en el blando sillón de sus despachos.
Desde el sumo poder que el cargo presta
decretan que con base en su experiencia
para acudir al campo a coger setas
hará falta obtener una licencia.
Sanado el estupor de su ocurrencia
para mí, cortésmente, sólo resta
mandarlos muy gustoso a hacer puñetas.