Hay libros que dejan huella sin que la calidad literaria sea determinante. Son otras las razones que explican esa impronta. Alguno cubierto de polvo y las páginas amarillentas que encuentras en una caja arrinconada en el doblado. Perteneció a un antepasado y la curiosidad te lleva a hojearlo sabiendo que otros ojos recorrieron aquellos mismos renglones y otras manos pasaron las páginas como tú estás haciendo en ese momento. Una fecha y una firma de un tiempo muy lejano te hacen pensar qué sensaciones pudo producirle su lectura y te embarcas en ella por compartir en la distancia temporal esa aventura.
A veces son referencias que escuchaste a tus padres o a algún conocido las que despiertan tu curiosidad por algún libro determinado. O imágenes que te quedaron grabadas en la retina porque al contemplarlas te evocaron fantásticas historias. Recuerdo la ilustración en un tono azulado que presentaba a un señor con uniforme militar al que le caía una gran nevada en medio de la noche. A partir de ella se abría la puerta de salida para que la imaginación volara por el espacio abierto de la fantasía.
Con ‘Las mil mejores poesías de la Lengua Castellana’, aprendí que la música no se escribe sólo en pentagramas y que los sentimientos brotan al leer o escuchar algunos de los poemas que contenía. Ese libro, de título tan contundente como inexacto, faltaban algunos y sobraban otros, me sirvió, sin embargo, para despertar mi afición por la poesía y emocionarme con su lectura. Por él supe que las princesas también se ponen tristes, aunque se sienten en sillas de oro. Que los clarines de los desfiles pueden oírse a lo lejos y sentir los cascos de los caballos que hieren la tierra con rítmico compás.
Conocí al ‘Piyayo’, que la gente tomaba a chufla y a mí me causaba un respeto imponente cuando repartía a sus nietos pan y ‘pescao’ frito. Imaginé una España orgullosa y soberbia, libre de extraño yugo. Supe que Dios hace milagros en los caminos solitarios con el solo acompañamiento del cantar de los grillos y las ranas. Que un olmo seco y hendido por el rayo es la imagen de la esperanza con algunas hojas verdes. Que las mozas casaderas no deben estar en la era si no está el sol en el cielo. Que puede morir la voluntad una noche de luna en que es muy hermoso no sentir ni querer. Que la dignidad de los pobres cuando sólo les queda la cama con las sábanas aún calientes de la esposa muerta es grandiosa. Creí en Dios como testigo y lo vi jurar posando su seca y hendida palma sobre una promesa incumplida descolgando su brazo de la cruz.
Los libros esperan, como el arpa de Bécquer en el salón oscuro, que otras manos los abran y comience de nuevo la aventura personal que cada uno siente con su lectura.
Estimado Juan Francisco, tu prosa es poesía. Cada semana espero expectante tu verbo profundo, tu sencillez en las líneas que escribes, tus recuerdos que son los míos, en definitiva tu saber escribir y deleitarnos con su lectura. Enhorabuena, no faltes nunca a la cita, tus lectores ya esperan unas nuevas letras de tu sabio escribir. Un abrazo maestro, amigo.
Muchas gracias, Antonio. Seguiré escribiendo mientras pueda. Un abrazo.