Cuando no había lavadoras la ropa se lavaba en la panera con agua del pozo y jabón verde y se frotaba en el “batiero”, que es una tabla con la superficie formando relieves. Los detergentes con marcas como “Ese”, “Saquito” , “Tutú” y “Omo” llegarían más tarde. La lavandera, de rodillas sobre un trozo de corcho, batía la ropa sucia una y otra vez con los puños hasta dejarla limpia. Después se enjuagada sacando nuevas cubas de agua del pozo y se colgaba a secar.
Había lavanderas profesionales que iban a la orilla del arroyo o a pozos que estaban en el campo y allí relizaban esta labor, bien con paneras y “batieros” o sobre piedras. Tendían la ropa ya limpia sobre aulagas y tomillos. Ya seca la transportaban en canastos de mimbre a casa para plancharla.
Eran las mujeres las que lavaban y planchaban la ropa. En los tiempos a los que hago referencia no vi nunca a ningún hombre haciendo esta faena.
Trabajo duro y mal pagado del que pueden dar referencias muchas mujeres mayores de nuestros pueblos. Las jóvenes generaciones deben saber el sacrificio que costaba cualquier faena doméstica que hoy se resuelve apretando un botón, sobre todo porque a veces nos cuesta trabajo llevar la ropa sucia desde la habitación a la lavadora.