Las manos son apéndices del alma, embajadoras de nuestros sentimientos, afanadoras para nuestra subsistencia y delatoras de emociones.
Ofrecen y piden. Acompañan a nuestra voz para resaltar lo que decimos. Dan bienvenidas y despiden. Cierran pactos y consuelan sobre el hombro amigo. Secan lágrimas y acarician. Primer termómetro sobre la frente del hijo cuando la fiebre sobresalta en la madrugada, aportando cariño y protección. Pero también agravian con gestos obscenos, cuernos y peinetas. A veces, de revés, abofetean y, tirado el guante al suelo, ofenden honra y retan a duelo a quienes deben recogerlo. La bofetada más famosa del cine se hizo icono de la mano de Gleen Ford sobre el bello rostro de Rita Hayworth en Gilda.
Cuando era niño me fijaba en las de las personas mayores. Las de las mujeres, tan diestras, iban de la filigrana del bordado y el punto al contundente retorcimiento de la aljofifa sobre la cuba de fregar. Porque antes que Manuel Jalón inventara a la compañera de baile que es la fregona, al suelo se le daba lustre de rodillas, pasándoles por la cara estropajo y jabón hasta que podíamos vernos la cara en él. Nada enfadaba tanto a quien fregaba como que, mojado el piso, llegásemos de la calle y lo pisáramos. Como mal menor, y si era urgente el acceso, nos señalaban pasadizos pegados a la pared o ponían papeles para no dejar huellas.
Tan dignas de confianza son las manos que hasta se les entrega en depósito la custodia del símbolo de la unión marital.
Recuerdo las de algunas mujeres mayores de mi pueblo apartando granzas de los garbanzos y chinas de las lentejas con una inmensa paciencia sobre el tapete de hule de la camilla.
Las manos de los varones eran más rudas, más de tierra y de sol. Las observaba cuando las apoyaban sobre el bastón y, distraídos, miraban a la lejanía sin centrar la vista en ningún sitio. Violáceas redes de caminos recorrían su parte superior hasta los huesudos promontorios de sus nudillos. A algunos, cuando las separaban del cayado, les temblaban incontroladamente.
Pensaba yo que esas manos habían tenido hace muchos años cálido y sonrosado aspecto en la infancia, sin arrugas y lo mismo hurgarían en la nariz que asirían de manera grácil la goma de borrar y el lápiz en el corto tiempo que estuvieran en la escuela, porque estas generaciones crecieron más pendientes de que no faltara el pan en la mesa que los libros en los pupitres. Por su tierna piel correría la sangre de la primera herida que la madre amorosamente cuidó con besos y caricias. Las mismas que exploraron covachuelas del arroyo tras los peces y, felinas, treparon por las ramas de los árboles buscando nidos de pajarillos. Amasarían barro de los regajos después de la lluvia para construir presas, castillos y fortalezas, jugarían a los bolindres y también recibirían algún palmetazo de sus maestros en la escuela. Son las mismas que descubrieron su cuerpo en la azarosa adolescencia e intercambiaron afectos en las cómplices sombras de la noche en otra piel que no era la suya. A la hora de la partida atravesarán la laguna Estigia en la barca de Caronte, como dos remos cansados de bogar, cruzadas sobre el pecho.
2 respuestas a «Las manos»
Buenos días, me llamo también Juan Francisco, soy estudiante de fotografía y termino el modulo este año, mi proyecto final se llamará “Manual” y versará sobre retratos de manos, tu texto a sido muy inspirador, mil gracias.
Buenos días, me llamo también Juan Francisco, soy estudiante de fotografía y termino el modulo este año, mi proyecto final se llamará “Manual” y versará sobre retratos de manos, tu texto a sido muy inspirador, mil gracias.
Hasta ahora no he leído su comentario. Muchas gracias. Me alegra que este texto le haya servido para sus propósitos.