Las esquelas son las tarjetas de visita de los deudos. Dado el precio de su inserción en los periódicos publicarla da categoría y relevancia social y no hay familia pudiente o de abolengo que se precie que no deje constancia del óbito del finado en papel prensa. A más tamaño, más grandeza. Si a esto se añaden apellidos unidos con conjunciones copulativas, guiones y preposiciones, y se completa el currículo con cruces y bandas terciadas ganadas en vida, el lustre se aviva para que amigos y conocidos sepan las condecoraciones que colgaban sobre el putrefacto pecho del difunto y que ahora con la esquela servirán para realzar el ego de la sobreviviente parentela. Sirven también para que el curioso lector deduzca desavenencias entre la relación de afectados por la desaparición. Omisiones clamorosas y listado aparte en otra esquela nos muestran fracturas familiares que el desaparecido no pudo evitar o quizás provocó.
Conocí en los años setenta a un humilde guardia de asalto jubilado que estuvo ahorrando durante los últimos años de su vida para que la viuda pusiera una esquela en el HOY cuando él falleciera. Quería que su anónima vida tuviese al menos un atisbo de alcurnia impresa, que a él le faltó en vida y que sirviera para enorgullecer a su familia ante amigos y conocidos.