Lanza el campanero ecos de bronce por los aires hacia los campos aledaños. En su viaje se posan como hormigas de alas sobre las huertas y los barbechos. Los labriegos enderezan sus cuerpos para interpretar los dobles de los muertos.
Campanas de pueblo, jubilosas hoy, tristes mañana, anuncian sucesos o marcan tiempos desde el alba hasta el ocaso.
Antes de blandirlas el campanero tiene en sus manos el vuelo de los grajos, palomas y vencejos que pueblan la torre. Sus repiques los alarman y los dispersan estrepitosos.
Recuerdo los toques de vísperas al iniciar la tarde, a las tres en verano, a las dos en invierno, rebatos de fuego, volteos de fiesta, tañidos luctuosos la noche de los santos…
De niño las toqué y desde lo alto del campanario me sentía dueño del secreto que al poco sabrían todos los vecinos. En ese momento previo yo disponía cuál sería el preciso instante en que los demás iban a enterarse del anuncio de boda, muerte o bautizo.
Los repiques se hacían con las dos campanas, la gorda y la pequeña, sonando alternativa y acompasadamente con rítmicos sones que sólo los más avezados en la tarea sabían hacer.
2 respuestas a «Las campanas»
Me gusta leer lo que escribes,aunque no siempre te haga comentarios.
Me gusta leer lo que escribes,aunque no siempre te haga comentarios.
Ya lo sé, Juana. Agradezco tu interés por estos escritos que muchas veces nos traen recuerdos de otros tiempos.