Un anochecido del mes de octubre del año sesenta y dos llegaron dos hombres portando un gran paquete envuelto en cartones. Lo pusieron sobre la camilla, con el mismo cuidado que las vecinas colocaban a la virgen de Fátima cuando la pasaban de casa en casa. Quitaron el envoltorio con precaución. Toda la familia alrededor, como si aquellos señores fuesen ilusionistas preparando su número estrella ante un público expectante. La televisión presentaba sus cartas credenciales con la pantalla curvada de cristal grueso y prominente joroba.
A partir de entonces iban a cambiar nuestras costumbres. Se acabaron las conversaciones alrededor de la mesa camilla en invierno y las tertulias vecinales al fresco en verano. Aquel aparato se convirtió en el centro de todas las miradas. Se le reservó lugar preferente, rincón y repisa como al nuevo santo al que a partir de entonces rendiríamos pleitesía. Las pulgadas, que sonaban más a insectos que a medida, entraron en el vocabulario cotidiano.
Un salón con vistas al exterior hasta que el alma se serenaba con la voz de unos textos poéticos y un fondo de música relajante.
Los primeros días de tenerla queríamos verlo todo, aunque fuese la carta de ajuste o el cartel de avería con el nombre de Guadalcanal pidiendo disculpas y rogando que permaneciésemos atentos a la pantalla. No hacía falta, de allí no nos movía nadie, aunque saliese una nube invasora de mosquitos.
Llegaron los Estudios 1 con Bódalo y Rodero, Elisa Ramírez, Lola Gaos y las hermanas Gutiérrez Caba, entre otros inolvidables actores.
Quedan, recordados a vuela tecla, algunos nombres. ‘El fugitivo’ y el esquivo manco al que perseguía obsesivamente, ‘Esta es su vida’, presentado por Federico Gallo. ‘Un millón para el mejor’, por Joaquín Prat, en el que alcanzaron notoriedad el alcalde de Belmez y ‘la mamá del millón’, Rosa Zumárraga. Por aquí, por la Campiña Sur, tuvimos nuestros días de fama y gloria en el programa de Alfredo Amestoy, ‘En equipo’. Francisco Guardado, de Valverde de Llerena, consiguió aglutinar a toda la población y la de pueblos vecinos para encementar las calles del pueblo en tiempo récord. Y cómo no, con la participación en ‘Cesta y puntos’ del colegio Nuestra Señora de la Granada donde yo había estudiado.
Los mayores miraban la pantalla y yo los miraba a ellos, asombrado de su asombro. Cuando en una escena de teatro llamaban a la puerta se sorprendían del realismo: ‘¡Si parece que están llamando aquí!”. En Macondo quedaron fascinados con las propiedades de los imanes, del hielo y de las lupas. Nosotros, por aquellas seiscientas veinticinco líneas que nos traían el mundo a nuestras casas. Consiguieron uniformar conversaciones y que al día siguiente toda la gente hablara de lo mismo.
Ha muerto recientemente ‘Chicho’ Ibáñez Serrador, un mago que nos sedujo con las peripecias de los concursantes que empezaban por veinticinco pesetas la respuesta acertada y terminaban intentando averiguar dónde se escondía el coche. A mí me queda también en el recuerdo su padre, Narciso Ibáñez Menta, un enigmático señor con paraguas paseando por las calles de Madrid a altas horas de la noche, que se entretenía asesinando a tranquilos viandantes. ‘¿Es usted el asesino?’ Programas, nombres de entonces que pertenecen ya a la memoria colectiva de quienes si no peinan canas es porque están calvos o teñidos.
Estupendo artículo,como todos,ha retratado exactamente la vida en los hogares de aquellos años y el cambio tan radical del antes y el después de la tv…
Muchas gracias, María. la televisión supuso un cambio en las costumbres, como ahora lo estamos viviendo con los teléfonos móviles e internet. Esta sociedad actual no tiene nada que ver con la de hace cincuenta años. A ver dónde llegamos…o dónde nos llevan.