Me dan miedo las tapias de los cementerios. Sus cicatrices de cal guardan dentro el plomo denso de balas asesinas.
Me dan miedo los sicarios llamando a las puertas cerradas de las casas.
Siento el ruido del coche que los lleva y vuelve, cobarde, en busca de otros nuevos inocentes.
Dañan mis oídos los ecos de disparos en la noche y ciegan mis ojos las ráfagas brillantes de los Mauser .
Presiento barro y sangre en los rostros abatidos y aún calientes.
Después, sólo el canto negro de los grillos.
Tengo miedo de que el espíritu cainita se encabrite, que ese no murió, sólo dormita.
Esta tarde una descarga de vello electrizado recorre mi cuerpo e intuyo a un Goya imaginario trazar los cuerpos descompuestos de la muerte en el celaje rojo del poniente.