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Un reguero de llamas vacilantes
camina tras la cruz
donde Cristo murió crucificado.
Un blanco lienzo al viento
cuelga en sus desnudos brazos.
Con los puñales del dolor clavados
en un corazón de plata
va la madre detrás
con siete heridas de acero.
Desde un balcón en penumbra
desgarra la noche una saeta
tal como se rasgó en el templo el velo
la tarde en que expiró Jesús.
Y estremecido,
el aire se transforma
con emoción de vello electrizado
en la piel de los presentes.
Yo miro al cielo
por si estuviera Dios,
apoyado en un balcón de plata
de la luna llena esplendorosa
viendo pasar el cortejo.