Publicado en el periódico HOY el viernes 29 en la sección Raíces.
La radio siempre acompaña. Incluso en estos tiempos de internet sigue ocupando un lugar en nuestras vidas. Se puede escuchar sin dejar de hacer otras tareas en la cocina, en el taller, en el coche o colgada de un olivo. No sustrae la vista de ocupación u oficio.
Antes, sin televisiones ni redes sociales, su predominio era mayor. Hubo programas que marcaron época y dejaron huella. “Ustedes son formidables”, con Alberto Oliveras, voz cálida y persuasiva en la noche que, con el fondo musical de la sinfonía del “Nuevo Mundo”, tocaba el corazón de los oyentes para solicitar su colaboración en casos humanitarios. El veinticinco de noviembre del año 1961 se desbordó el arroyo Tamarguillo, un aprendiz de río al que se le hincharon las narices y que con desaforado ímpetu rompió un dique de contención e inundó Sevilla. El programa, en una edición especial, consiguió recaudar tres millones de pesetas, cantidad considerable en aquellos tiempos.
También se escuchaba radio Andorra. “Aquí radio Andorra, emisora del principado de Andorra”. Emitían discos dedicados a petición del público, moda extendida entonces por muchas emisoras. Los jueves difundían un espacio llamado “Rinomicine le busca”, patrocinado por este medicamento. Lo presentaba Enrique Rubio, precursor de Paco Lobatón, que intentaba, con la colaboración de la policía, encontrar a gente desaparecida. Consiguió reunir a muchos niños con sus padres separados durante la guerra civil.
La “Pirenaica, creada por el P.C.E, como medio de oposición al régimen de Franco, emitía desde fuera de España y se escuchaba con el volumen al mínimo, con muchas interferencias y con el cerrojo de la puerta bien echado por razones obvias. Al menor ruido en la calle se apagaba. Había mucho miedo todavía.
Los domingos por la tarde la palma se la llevaba “Carrusel Deportivo”. Era director Vicente Marco y animaba Joaquín Prat. La mágica finta que quebraba la cintura de un fornido defensa en la frontal del área de castigo, el regate seco, el oportuno desmarque, el pase de tiralíneas, la veloz carrera de Francisco Gento, la Galerna del Cantábrico, el prodigio malabar de Alfredo Di Stéfano, la Saeta Rubia, el coordinado avance de los Cinco Magníficos sobre el césped de la Romareda, el “¡uy!” de Juan Tribuna, aunque el balón pasase a dos metros del larguero, la voz de Pepe Bermejo desde el Bernabeu…
Íbamos del Sardinero a Altabix, del Carlos Tartiere al Manzanares, al Benito Villamarín, al Sánchez Pizjuán…, sin movernos del resguardo de la solana, del calor de la camilla, o paseando en las tardes apacibles por el ejido del pueblo. Todos los estadios a nuestro alcance desde el asiento reservado en el voladizo sonoro de la fantasía. Un espectáculo alentado por las voces exultantes de los comentaristas que nos describían con un lenguaje hiperbólico y guerrero las hazañas de nuestros héroes. Las tardes de los domingos, con todos los partidos casi a la misma hora, la radio se convertía para los aficionados al fútbol en parte fundamental de su asueto, animado por el continuo vaivén de resultados en los estadios.