“La siega: la recolección”, obra realizada en 1895 de Gonzalo de Bilbao, pintor impresionista sevillano.
La costumbre de concentrarse en la plaza para formalizar los contratos verbales de trabajo se remonta en España al siglo XIV. Así se regulaban ciertos oficios gremiales y las autoridades controlaban la movilidad de la mano de obra.
Como residuo de aquella práctica, en nuestros pueblos existía un lugar donde se reunían los jornaleros y al que acudían los patronos o sus manijeros para contratar la mano de obra que necesitaban en cada época del año. Adquiría especial relevancia en temporadas en que las faenas agrícolas requerían más trabajadores, como eran las de recolección.
Los ayuntamientos y otras instituciones públicas ofrecían entonces poco trabajo. No existía el empleo comunitario ni los subsidios por desempleo.
Antes del amanecer van llegando los braceros en traje de faena. El humo del cigarro y el frío de la mañana envuelven la incertidumbre y la esperanza del que poco tiene y lo que aguarda no depende de su voluntad, sino de la de otros. Acuden a la plaza cada mañana a ofrecer la fuerza y la destreza de sus brazos al que lo necesite y se lo pida. La oferta y la demanda pura y dura. Necesito a tres y escojo a los que considero más idóneos. Nada que objetar. ¡Buenos días! Una copa de aguardiente y el café. La mañana está fresquita, el aire se fue arriba. A ver, para el tiempo que estamos…es lo que se espera…
Latiguillos y tópicos que enmascaran la ansiedad de todos por conseguir unos días de jornales y que termina para muchos con la decepción y la humillación de volver a casa sin conseguirlo.
Miran de reojo hacia la puerta cuando entra alguien. Todos saben quiénes pueden venir a contratarlos y cuando entra uno de ellos las voces de la conversación se aminoran y se aguza el oído. El patrón busca con la mirada, bien a su encargado, que le servirá de enlace, o directamente se dirige a los que quiere que vayan con él.
Cuando se forma la cuadrilla el pacto se sella con la invitación a una copa de aguardiente por parte del empresario.
Los que fueron contratados se dirigen a sus casas para echar la merienda y reunirse después en el lugar concertado para ir al tajo. El bar se va quedando casi solo. Algunos no van con nadie porque nadie los buscó. Beben otra copa de aguardiente o quizás algunas más para echarle un poco de valor cuando lleguen a casa sin poder llevar el jornal que tanta falta hace. El tabernero comprensivo les fía a la espera de mejores tiempos. Tal vez con la aceituna les den algunos jornales en las casas grandes.
Mañana, cuando aún no haya despuntado el alba, volverán a subir o bajar los jornaleros a la plaza con su traje de faena. Sus mujeres aguardarán anhelantes su llegada para saber si han de preparar merienda. Por la forma de entrar deducirán si ha habido suerte o no. Se mirarán un instante y sin palabras habrán hecho una pregunta y obtenido la respuesta.