La costumbre de concentrarse en la plaza para formalizar los contratos verbales de trabajo se remonta en España al siglo XIV. En el año 1351 en un Ordenamiento de la ciudad de Madrid se establecía la Plaza Mayor como lugar de contratación ya que la movilidad de la mano de obra representaba un peligro para artesanos establecidos y autoridades. Era una forma de facilitar el contrato y de controlarlos por parte de la administración. Se regulaban así ciertos oficios gremiales.
La plaza de Ahillones, como lugar de contratación de jornaleros, se estable primero en las cuatro esquinas, en la calle del Cristo, donde tenía el bar Arturo y hoy es discoteca. Después, detrás de la iglesia, en el que fue bar de Laureano y hoy es casa y autoservicio de José González.
En el tiempo al que me refiero ahora, desde los años cincuenta hasta comienzos de la etapa democrática, la contratación verbal en la plaza queda circunscrita fundamentalmente a los jornaleros agrícolas y de estos a los que no son contratados por parentesco, amistad o conocimiento de años anteriores, que no tienen necesidad de acudir a la plaza.
El uso de la plaza como lugar de encuentro cobra especial relevancia en las épocas en que las faenas agrícolas demandan mano de obra más numerosa: verdeo, aceituna del aceite, escarda, siembra y recolección de cereales, arranque de garbanzos…
Fuera de estos tiempos la plaza registra poca actividad de contratación, pero los braceros siguen acudiendo allí. Es lo único que hay y acaso puede caer algún trabajo ocasional. Los inviernos y otoños lluviosos son temporadas en que escasea el trabajo y aumentan las penurias de los que dependen exclusivamente de sus brazos. Por estos años, sesenta y setenta, poco trabajo se oferta por los Ayuntamientos y otras instituciones públicas. No existe el empleo comunitario tal como lo conocimos después ni los subsidios por desempleo.
Antes del amanecer van llegando los braceros en traje de faena. El humo del cigarro y el frío de la mañana envuelven la zozobra y la desesperanza del que poco tiene y lo que necesita depende de la voluntad de los demás. Acuden al mercado del trabajo cada mañana a ofrecer su destreza y la fuerza de sus brazos al olivo y la besana. La oferta y la demanda pura y dura. Necesito a tres y escojo a los que considero más idóneos. Nada que objetar. ¡Buenos días! Una copa de aguardiente y el café. La mañana está fresquita, el aire se fue arriba. A ver, para el tiempo que estamos…es lo que se espera…
Latiguillos y tópicos que enmascaran la ansiedad de todos, después el escepticismo de otros y al final la humillación de unos pocos.
La mirada de reojo hacia la puerta cuando entra alguien. Todos saben quienes pueden venir a contratar y cuando entra uno de ellos las voces de la conversación se aminoran y se aguza el oído. El contratante busca con la mirada, bien a su hombre de confianza, que le servirá de enlace o directamente se dirige a los que quiere que vayan con él a trabajar.
Si se llega a formar la cuadrilla el pacto con el patrón se sella con la invitación a una copa de aguardiente.
Ultimado el contrato verbal cada uno se dirige a su casa para echar la merienda y después dirigirse al lugar concertado para ir al tajo. El bar se va quedando casi solo. Algunos no van con nadie porque nadie los buscó. Beben quizá otra copa de aguardiente o quizás algunas más para echarle un poco de valor cuando lleguen a casa sin poder llevar el jornal que tanta falta hace. Así un día y otro día. Tal vez con la aceituna les den algunos jornales en las casas grandes. Mientras tanto no tienen valor de mirar a los ojos al tabernero al que probablemente deben algo ni a los de los que se encuentran por la calle de regreso de la plaza ni a sus hijos que, ignorantes aún de la crueldad de la vida, se les abrazan gozosos cuando los ven llegar.
Mañana volverán a subir o bajar los jornaleros a la plaza con su traje de faena, su cigarro y su esperanza envueltos en el frío gris de la mañana. Las mujeres esperarán a sus maridos mientras se afanan en el trajín de cada día. Por la forma de entrar saben si ha habido suerte. Se mirarán un instante y sin palabras habrá habido una pregunta y una respuesta.
Una respuesta a «La plaza de los jornaleros.»
Que duros fueron aquellos tiempos! Ojalá nadie tenga que vivirlos nunca . Yo se lo escuchaba a mi padre,que no soportaba eso y emprendió nuevos caminos.
Que duros fueron aquellos tiempos! Ojalá nadie tenga que vivirlos nunca . Yo se lo escuchaba a mi padre,que no soportaba eso y emprendió nuevos caminos.