La lucha por la vida

Pasa la gente con prisas a gestionar sus obligaciones. Al trabajo, al banco, de médicos, de compras… Me entristece ver a un joven repartiendo propaganda por los buzones. A mensajeros presionados por la urgencia de la entrega. Un traje con corbata y un hombre dentro, preso de los balances comerciales y de las exigencias de las cuentas de resultados.

Un mundo de rivalidades en el que triunfa el empuje de los fuertes o la astucia de los pícaros, También los mejor preparados, pero no siempre sucede así. Para los débiles queda poco espacio. Si alguno desfallece, otro ocupará su puesto. Es la lucha por la vida, por integrarse en la sociedad. Cada uno a su manera. No todos con las mismas oportunidades ni fortuna. Son necesarios tesón y sacrificios para no quedar al borde del camino que lleva a la deseada estabilidad personal, económica y social.

Pío Baroja lo describe con crudeza en su trilogía ‘La lucha por la vida’ (‘La busca’, ‘Mala hierba’, ‘Aurora roja’) a través del protagonista, Manuel Alcázar, en las distintas etapas de su vida. 

Dejados atrás los cómodos años de la infancia, con mesa puesta y cama hecha, la adolescencia es el otero desde el que se vislumbra el campo de batalla. La edad de volar del nido buscando la independencia y la forma de incorporarse al mundo del trabajo.

Salvo los privilegiados por la suerte o por herencias cuantiosas, los demás tienen que esforzarse por conseguir una posición que al menos les permita disponer de cobijo y sustento.

En tiempos pasados el bagaje para muchos fueron las cuatro reglas.  Los más avanzados, la de tres y los repartimientos proporcionales. Saber escribir a máquina era un galón. Según avanzaban los tiempos las exigencias fueron aumentando.

D. Carmelo Solís, eminente profesor de vasta formación, nos comentó un día en clase a principios de los años sesenta, que en Japón había personas con carreras universitarias que ejercían profesiones que no se correspondían con sus estudios. Que podías encontrarte a un abogado de taxista y que en España llegaría el día en que pasaría lo mismo.  No erró en su pronóstico. Hemos alcanzado a Japón en ese sentido.

Afortunadamente hoy la mayoría de los jóvenes estudia, pero, como contrapartida, tener carreras universitarias ya no es garantía de trabajo asegurado. Muchos tienen que optar por desempeñar cargos y empleos, tan dignos como los que más, pero de niveles no acordes con su formación.

Quien no tuvo dudas para la elección de profesión u oficio fue un niño de mi pueblo.  Le preguntó un señor, de los que por caudales y forma de vida llamaban señorito, que qué quería ser cuando fuese mayor. Se lo puso fácil a su lógica infantil: Yo quiero ser como usted, señorito. A lo que el sorprendido caballero, a quien cayó en gracia la ocurrencia, respondió: Pues tienes que darte prisa porque van quedando pocas plazas. 

 

 

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