Cuando venía el botijero de Salvatierra con su burro y su carga de botijos, barriles, tinajas, orzas y pucheros, colocados cuidadosamente entre pajas en las angarillas, a los niños y niñas nos compraban una alcancía. Por su ranura metíamos el dinero que conseguíamos ahorrar y que destinábamos, generalmente, para los gastos de la feria del Cristo.
Pero, a veces, con un cuchillo y a escondidas, sacábamos algunas monedas para algún dispendio que se nos antojara. No debía repetirse muchas veces esta acción porque corríamos el peligro de que nos sorprendieran con las manos en el recipiente de barro o, ponderado el peso por nuestros padres, notasen la merma pecuniaria, independientemente de pasar la feria a dos velas.
Señores del gobierno, se están ustedes empicando a meter con peligrosa asiduidad el cuchillo por la ranura de la hucha de las pensiones. Quizás no haya más remedio, pero me temo que de seguir así pronto veremos el fondo y pasaremos la feria con las manos en los bolsillos, silbando en cualquier esquina.