Todavía se acercan algunos a la fuente con sus coches a llenar vasijas de plástico; no
se fían del agua del pantano y continúan bebiendo ésta que no está clorada y que sigue
fluyendo continuamente de su caño dorado y roto.
La fuente del Horno, al lado de la carretera de Llerena y a los pies del cerro del mismo nombre, junto con la denominada del Lugar y el pozo del Bañito, han surtido al vecindario de Ahillones de agua potable cuando no existía red de abastecimiento público. El pozo del Bañito está en el cerro cerca de la cruz de la Mota. De éste último tenía la llave de la tapadera del brocal, tía Isabel, conocida como la de las escuelas. Por el suministro del agua de este pozo se pagaba una pequeña cantidad.
Para el acarreo se utilizaban asnos, pertrechados con aguaderas o serones. Pernoctaban en las cuadras. Muchas casas disponían de ellas. Hoy están prácticamente desaparecidas. El macho era menos frecuente para estos menesteres ya que, si no estaba capado, presentaba armas de momento cuando veía a una hembra. El escándalo era mayúsculo, con sonoros relinchos de celo y descomposición de atalajes, compostura y carga.
Los tres caminos principales que llegaban a la fuente del Horno partían de las traseras de la calle Nueva, de la esquina del Ejido y de la parte delantera del huerto Blanco, y confluían, una vez pasado el cerro, en uno único que llegaba al manantial.
Como había que esperar a que tocara el turno para llenar, el lugar se convertía en sitio de conversación y cotilleo. Se repasaban, con gracejo y pimienta, los acontecimientos más novedosos del acontecer vecinal.
Tío José, tío Miguel y Manolito, hijo de éste último, se dedicaron a traer agua al pueblo ,cobrando por ello. Esto fue en los últimos tiempos, antes del agua corriente. Para los no iniciados aclaro que el título de “tío” que antepongo a algunos nombres es señal en mi pueblo del respeto que inspira la edad madura.
Como casos dignos de mención, por su esfuerzo y habilidad, hay que citar a las mujeres que portaban dos cántaros y un botijo sin más ayuda que su cuerpo. Uno de los cántaros en la cabeza con una rosquilla que le servía de soporte y amortiguador, otro en el cuadril y el botijo en la mano contraria.
Como dice el refrán: …tanto va el cántaro a la fuente…Y se rompían, claro, con gran quebranto y disgusto de aquellos a los que les sucedía.
Los muchachos, que lo que nos gustaba era poner a la burra a “tos cuatro pies” , cuando nos encontrábamos con un amigo en el ejido camino de la fuente, nos echábamos carreras para ver quién llegaba antes. No era extraño que en estas competiciones el viaje de regreso se precipitara con los restos del naufragio y sin agua.