En mayo comenzaba la esquila. Traían los pastores, bajo la dirección de los mayorales, las ovejas a los guaches, las naves donde se esquilaba, para quitarles la lana que en invierno las había abrigado. Los esquiladores usaban aún tijeras para este menester y era admirable la destreza de algunos de ellos. A éstos más diestros y experimentados se les solía encomendar la pela de los carneros por su mayor dificultad. En Ahillones hubo tres guaches que funcionaban durante dos meses a pleno rendimiento, con cuadrilla de más de cincuenta en alguno.
Un muchacho, el morenero, paseaba por el local con una lata en la que llevaba restos de carbonilla que traían de las fraguas. A la voz de “¡moreno!” acudía presto a echarle a la oveja ese polvo negro en la herida. Servía para que no le picara la mosca y se “bicheara”. El manijero era el encargado de preparar los vellones de lana y meterlos en sacos que almacenaban en el lanero hasta que unos grandes camiones procedentes del norte venían a por ellos a principios de otoño.
Después de esquilado el rebaño, los pastores llevaban las ovejas a las fincas a pastar. Pasaban blancas y descargadas de lana por las calles, siguiendo el tañido del cencerro que llevaba el manso.