Cuando llegue la hora por antonomasia, porque las demás son pasajeras, no valdrán filigranas ni imposturas para esquivar el derrote de la muerte. No habrá muleta ni capote al quite que salve cornada tan certera. El encelado y fiero toro abrirá las entrañas a lo inerte. Un agudo clarín dará el último toque para cambiar el tercio de la vida. Puñal y verduguillo clavados en la médula del tiempo. Al abandonar la plaza en brazos de las parcas, una luna roja quedará en la arena desangrada. Al viento, solitaria, la bandera a media asta.