La buena memoria

Después de estar toda la tarde intentando recitar el misterio de la Santísima Trinidad del viejo catecismo sin conseguirlo el cura que nos tomaba la lección se hartó y nos castigó sin salir hasta que conseguimos memorizarlo mi compañero de fatigas y yo.

Lo logramos a base de repetirlo, pero no entendíamos ni papa de aquello. Así sigo, aunque hasta hace poco lo decía de carrerilla.

Aprendíamos muchas cosas de memoria sin comprender sus significados, y sin embargo esa facultad de la inteligencia es imprescindible para el aprendizaje, pero, hombre de Dios, no me obligue a tragar la comida sin masticarla.

El metro se definía entonces como la diezmillonésima parte de un cuadrante de meridiano terrestre. Lo aprendí y lo repetía como un papagayo, pero no sabía lo que era una diezmillonésima parte, ni sabía qué era un cuadrante ni quién habría subido allí para medirlo.

Tardé en comprender lo que significaban los conceptos de los trópicos de Cáncer y Capricornio, no sé si por mi dureza de mollera, lo más probable, o porque no me lo explicaban bien. Yo intuitivamente, sin saber nada de equinoccios y solsticios, me preguntaba por qué la sombra de la pared lindera del corral que daba al norte menguaba en verano y empezaba a ensanchar en otoño. Durante un año fui haciendo rayas en el suelo poniéndole el nombre a cada mes. Así deduje a mi manera que el sol tomaba altura en el estío y la perdía en invierno. De junio a diciembre estaba la diferencia de altura del sol durante el año. Las causas las aprendí más tarde, pero los cimientos estaban hechos. 

No debí de ser yo el único que tuvo dificultades para captar estos conceptos entonces.  Lo que me ha llamado la atención ya de mayor es que algún conocido con estudios sostuviera que el sol sale y se pone todos los días del año por el mismo sitio. Sin ser el sargento Santos en la película ‘Amanece que no es poco’, que se lio a tiros con él porque salió por donde no pensaba, la solución está en mirar al cielo en los crepúsculos.

Yo lo observaba cuando en las dilatadas tardes de verano el sol entraba hasta mitad de la casa de mi abuela que da al poniente donde ella y las vecinas cosían y en invierno pasaba esquivo y de soslayo sin que nadie le impidiera el paso.

Una vez más la tierra en su movimiento de traslación llega al equinoccio. El sol sobre el ecuador iguala la duración de las noches y los días en los dos hemisferios. La primavera está a la vuelta de la esquina. San José, fiel escudero, viene anunciándola con su vara de gamón.   

La memoria y el corazón guardan las luces y las sombras que se repiten cada año. Con Juan Ramón Jiménez “Vámonos al campo por romero/ vámonos, vámonos por romero y por amor”.

 

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