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En un rincón de la tarde juega un niño
en las horas difusas del crepúsculo,
cuando la luz dorada se descuelga
de los altos picachos de las torres
a las simas en sombras de los valles.
El lánguido tañido de los bronces
bate los tonos grises de la tarde
en un crisol de tenues redondeces.
De la infancia la patria se desliza
con sabores de pan y chocolate,
dulcemente,
hacia el abrojo de la edad madura
por la inevitable inclinación de la pendiente,
sin saber el tesoro que se pierde.