Aunque el refrán diga lo contrario, el tiempo sí se lo come el lobo porque otros años por estas fechas estábamos cogiendo hongos en Fontanilla, en las Cumbres, en el Palacio y en los posíos de san Pedro.
Y aunque llueva a finales de octubre o principios de noviembre no será lo mismo. Vendrán las heladas y ya no saldrán con sus cabecitas blancas y sus tiernas laminillas rosas entre la hierba. Estas tibias mañanas, las tardes luminosas no son las mismas que si los campos estuvieran verdes por la lluvia. El verano se ha agarrado con fuerza a los faldones del otoño y no quiere dejarlo que vuele libre, húmedo y fecundo sobre las tierras resecas.
Cuando vamos a cogerlos, mayores y niños, pateamos los lugares en que tradicionalmente se han criado y que es donde pastan las ovejas durante el año. Regresamos con las cestas de mimbre llenas de este exquisito producto. En casa, después de quitarle la piel, los ponemos a asar con un poco de sal y cuando empiezan a desprender agua los apartamos. Listos para comer después de soplar un poco sobre ellos para que no nos quemen la lengua.
Esperemos que cuando las primeras cortinas de agua hidraten la piel reseca de la tierra siga el ambiente templado, con apacibles auras, que dejen salir de la tierra estas exquisiteces. Que aguarden las heladas.