Cuando yo era niño para quitar las malas hierbas se escardaban los sembrados. Las cuadrillas de trabajadores recorrían las sementeras con las azadas y las quedaban limpias de ballicos, gramas y cardos.
En el arroyo del pueblo, que pasaba pegando a la escuela, había peces, renacuajos y lampreas. Como no había recinto cerrado para el recreo, los escolares nos íbamos allí a buscarlos en las covachuelas y debajo de la arena. En el campo podía beberse el agua clara que corría por las gavias.
Ahora para quitar las hierbas de las hazas y olivares pasan los tractores con un depósito y unas largas barras tirando los herbicidas o lo hacen mismos agricultores cargándolo en mochilas a sus espaldas. Cuando llueve abundantemente la lluvia corre hacia los regajos que desembocan en la presa de donde nos surtimos de agua potable los pueblos de la Campiña. Entre el 2001 y el 2002 la Dirección General de Salud Pública de la Junta de Extremadura realizó 2.553 análisis a la red de agua de consumo público, de los que 484 tenían restos de herbicidas.
Ignoro si con las nuevas técnicas de depuración se eliminan totalmente los restos de tantos productos químicos como se le echan al campo. Los acuíferos subterráneos no se depuran y seguro que reciben también parte de esos productos. No hacen falta análisis para saber que en el arroyo de mi pueblo ya no hay peces, renacuajos ni lampreas, que las alondras y los pájaros trigueros han disminuido considerablemente y que los cazadores, caminantes y labriegos ya no pueden beber el agua corriente de las gavias cuando salen al campo.