Ya tienen sol las esquinas donde los parados hablan a las doce del mediodía. El reloj, que a esa hora marca la divisoria entre el trajín y la indolencia, cruza sus brazos en la frontera de la tarde. Doce tañidos quedan vibrando en el aire como doce interrogaciones y anuncian el final de la espera sin esperanza. Nadie vino a tocar la aldaba del trabajo. Los bolsillos se agrandan con la horma de las manos para dar cobijo a la impotencia. Los ojos rehúyen las miradas de otros ojos. Se está apoderando de nuestros pueblos una resignación peligrosa que hace que la gente se refugie en sus casas a aguardar hasta que pase esta nube negra que dura ya demasiado. Una lenta filtración de escepticismo y miedo se cuela entre las grietas del futuro.
Pero hay que evitar que esta resbaladiza pendiente de resignación nos arrastre hasta el fondo. Hay que agarrarse a la esperanza y luchar por un sitio bajo el sol que no sean las esquinas del conformismo.