Le pusimos “Haba” cuando llegó a casa de rayón. Lo trajo mi padre de Las Cabezas, una finca del Pedroso. Era tan pequeño que tuvimos que alimentarlo con biberones de leche.
Mi padre lo sacaba de paseo y se iba tras de él como si fuera un perrillo. Entraba en los bares y se acostumbró a comer las avellanas que le daban los presentes.
Creció y se lo llevó Antonio Gimón al huerto que tenía su casa donde disponía de más espacio. Un día de jueves santo se les ocurrió a su amigo Antonio y a mi padre llevarlo a Berlanga. Lo bajaron del coche y como siempre se fue detrás de ellos. Los que venían en la procesión con el santo a cuestas no daban crédito a lo que estaban viendo. Al encontrarse de frente se produjo primero la sorpresa y luego la desbandada. Faltó poco para que los portadores de la imagen la dejaran en el suelo y saliesen corriendo también
Un agente municipal les conminó a que se llevasen de allí a “Haba” para que pudiese continuar el cortejo. Así que subieron al coche y los asustados fieles siguieron el recorrido.
En otra ocasión, una noche de verano, cuando regresaba mi padre de paseo con él, se metió en la casa de unos vecinos que comían tranquilamente su gazpacho con las puertas abiertas de par en par. El primero de la familia que se percató de la presencia del animal se subió a una silla pidiendo una escopeta, mientras los otros miembros corrían despavoridos hacia el corral.
Estuvo con nosotros unos años, pero ya era peligroso sacarlo por ahí. Así que, para evitar males mayores, tuvimos que sacrificarlo muy a pesar nuestro.