Esta columna salió a la luz porque en aquel tiempo Tomás Martín Tamayo andaba por la red social de Facebook y leyó algunos escritos míos. Me preguntó si no había publicado nunca y le dije que no. Te voy a recomendar para que lo hagas, me contestó. Y me puso en contacto con Ángel Ortiz, director entonces del periódico. Este me pidió que le mandara unas muestras de mis escritos. Así lo hice y parece ser que no le disgustaron. Al poco recibí una llamada de Juan Domingo Fernández, director de opinión. Comentamos sobre la extensión y algunos temas formales. Si no era imprescindible que evitara los temas políticos. Le mandé la foto que me pedía para encabezar la columna y con gran satisfacción y la inflada vanidad que parece ser que tenemos todos los que escribimos vi mi primer artículo publicado el nueve de octubre de 2015. Antes había sido un asiduo de las Cartas al Director. El que las publicaran como destacadas me envanecía. La última fue dedicada a las antiguas centralitas de teléfono, aquellas en que las llamadas tenían siempre demora y comunicaban solo inevitables penas y contadas alegrías.
Un año después de publicar mi primera columna me cambiaron de lugar y ocupe el que dejó vacante el excelente escritor Fernando Valbuena.
Seis años y pico ha durado esta maravillosa travesía. He buceado en la memoria y sacado a flote recuerdos e impresiones que marcaron mi vida. Y como la vida de uno no se desarrolla sola, también la de muchos que han visto reflejada parte de las suyas en lo que contaba.
He desempolvado los viejos pupitres de la escuela, añorado a los maestros y compañeros de entonces, las bodas, las matanzas, los juegos de calle y de mesa, la esquila de las ovejas, los trabajos artesanos, las charlas de las comadres al atardecer haciendo ganchillo, los lutos, los bares, las fiestas, las candelas, el cine…Estampas y retratos que la memoria guarda, sin duda filtrados por la melancolía de lo que se pierde y edulcorada su acidez y limadas sus aristas por el paso del tiempo y la subjetividad. Ignoro por qué se pierden unos y se conservan otros.
Acompañando al artículo de la semana pasada sobre el contrabando anunciaba al periódico mi deseo de dejar la columna Raíces. Son cerca de trescientas entregas y he pensado que es hora de un descanso. Así lo voy a hacer temporalmente, no sin antes agradecer a los lectores y al periódico la atención que siempre me han prestado.
Marisa García Carretero me anima a seguir, lo que agradezco. Quedamos en dejar un tiempo muerto de inactividad y reanudar posteriormente, dilatando la periodicidad a quince días.
Hurgaré en los rincones del recuerdo para sacarlos a la luz. Al fin y al cabo, como dice Jorge Luis Borges, “somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.