Los gestos, en su acepción de hechos que implican un significado o una intencionalidad, forman parte de nuestras vidas. Unos son nobles, emocionantes otros, muchos, impostados por conveniencia o presunción.
Sergio Reguilón, futbolista español que juega en el equipo inglés del Tottenham, ha recibido gran cantidad de parabienes en las redes sociales y periódicos deportivos por el que tuvo en un encuentro con el Newcastle. Avisó al árbitro de que un espectador tenía un problema sanitario. Gracias a esa observación se suspendió el encuentro hasta que el afectado fue atendido por los equipos médicos.
La risa inoportuna del candidato alemán de la CDU a la cancillería, mientras el presidente alemán hablaba de solidaridad con las víctimas de las inundaciones, lo puso en un aprieto y le obligó a pedir disculpas. Posiblemente le ocasionó también la pérdida de muchos votos.
En el debate televisado de la campaña electoral entre Nixon y Kennedy en 1960, el primero no quiso maquillarse, vestía un traje gris y sudaba. Su oponente cuidó los detalles. Traje oscuro y bronceado impecable.
A otro candidato a la presidencia de Estados Unidos, George Bush padre, le salió caro mirar dos veces el reloj durante el debate frente a Bill Clinton.
No recuerdo bien si fue Joaquín Vidal, el excelente cronista taurino, quien escribió que a la plaza de la Real Maestranza de Sevilla se iba sobre todo a emocionarse. Un quite, un brindis, una media verónica, un par de banderillas. Incluso el paseíllo, cuando quien lo hacía era el faraón de Camas.
“Un destello de luz y una risa oportuna amo más que las languideces de la luna,” escribió Manuel Machado.
El futbolista famoso que regala su camiseta a un niño desvalido emociona y gana la simpatía de los espectadores.
La vida política y social está llena de ellos. Llegan fácilmente a los destinatarios. El beso al suelo del país al que se llega. Un apretón de manos o, al contrario, la negación del saludo a quien la tiende transmiten el mensaje de un estado.
Arafat pronunció un importante discurso en la ONU el 13 de noviembre de 1974 con un ramo de olivo en una mano y una pistola en la otra.
Tommie Smith y John Carlos los dos atletas de EEUU recibieron sus medallas de oro y bronce, respectivamente, levantando un puño con un guante negro en la Olimpiadas de México en 1968.
La imagen de Rafa Nadal ayudando en las inundaciones de Mallorca el nueve de octubre de 2018 le granjeó más simpatías, si cabe, de las que ya goza.
El abrazo entre una militar española y una mujer afgana en el aeropuerto de Torrejón en la última guerra de los talibanes realzó la misión solidaria de nuestro ejército.
Hay gestos trascendentes. Otros, forzados, se desvanecen en cuanto dejan de alumbrar los focos. Son impostores y charlatanes de feria. Conviene separar el grano de las granzas.