Fronteras

 

 

 

 

 

 

 

 

(Photo by slworking2 on Foter.com)

Para recordar lo insignificantes que somos nada mejor que mirar al cielo en una noche estrellada. Es una buena terapia para doblegar soberbias y achicar orgullos, relativizar el valor que le damos a ciertas cosas y hacernos preguntas que no por repetidas han perdido su vigencia.

Nuestro sistema solar está en un brazo de la espiral de la Vía Láctea. Para llegar a la estrella más cercana, aparte del sol, tardaríamos más de cuatro años viajando a 300.000 kilómetros por segundo, lo que todavía no se ha conseguido.

La Vía Láctea tiene un diámetro de cerca de 200 mil años luz y consta de entre 200 y 400 mil millones de estrellas. Hay tantas galaxias que aún no se sabe su número con exactitud. Los últimos estudios calculan que puede haber más de dos billones. Cantidades mareantes con poco que se piense en su significado.

El grandioso espectáculo del cielo nocturno solo es posible contemplarlo si nos alejamos del cascarón de luces artificiales que envuelve a las ciudades. Hace ya bastantes años los agricultores dormían al raso en las eras durante el tiempo de recolección para evitar que les robaran el grano. Pasaban, manta al hombro, en dirección a los ejidos por mi calle. La novelería y la curiosidad hacía que los amigos les rogásemos a ciertos vecinos que nos dejasen ir con ellos. Pedíamos permiso a nuestros padres, pero ofrecían resistencia. Nos alertaban sobre el relente de la madrugada, un descenso silencioso de humedad que sin llegar a rocío se posa en las hierbas. ‘Blanda’ le llamamos por aquí.

Nos gustaba distinguir en la maraña grumosa del cielo el paso de los aviones con sus luces intermitentes y los satélites artificiales que daban vueltas alrededor de la tierra.  Pero lo que más nos asombraba era contemplar la Vía Láctea, el camino de Santiago, impresionante franja con sus apelotonamientos de estrellas de distintas intensidades.  Su brillo llegaba hasta nosotros tras un viaje de millones de años.

De las constelaciones distinguíamos entonces solo al carro grande y el carro chico, que era como llamábamos a la Osa Mayor y Menor. Nuestra imaginación formaba otras figuras hilvanando con hilos de plata a los puntos luminosos.

Ya cerca del alba, después de un sueño ligero, comprobábamos que las posiciones de las estrellas habían cambiado. “El viento de la noche gira en el cielo y canta”. Una armonía constante de rotaciones silenciosas.

El universo, con los únicos límites que imponen el tiempo y el espacio, sigue su evolución por los siglos de los siglos. Los humanos en este rincón minúsculo, nos revolcamos en el lodazal de nuestras mezquindades. Parcelamos la tierra y los mares a base de guerras. Las fronteras están amojonadas con la sangre de quienes las defendieron o atacaron y con la de los que intentan escapar de ellas o les impiden la entrada. ¿Quién otorga los títulos de propiedad en exclusiva?

2 respuestas a «Fronteras»

  1. Excelente articulo, tu reflexión sobre el ser humano y su libertad de movimientos me emociona. Realmente haces un canto, mi opinión, a la paz con tus palabras. Ojalá algún día haya personas que miren con tus ojos la respueta a tanta injusticia. Gracias amigo, por tu implicación en lo que abordas.

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