Francisco Mena Cantero

 

Cuando muere un poeta el mundo queda huérfano de una interpretación personalísima que, junto a las de los demás, nos muestran la variada riqueza de la percepción humana. Este mes de diciembre ha muerto en Sevilla Francisco Mena Cantero, a los ochenta y nueve años de edad.

 En el prólogo de la obra ‘Un silencioso laboreo, del profesor de la Universidad de Sevilla, Enrique Barrero Rodríguez, el prologuista, Miguel Cruz Giráldez escribe: “La poesía de Mena Cantero es una apasionada búsqueda de sí mismo a través de Dios, el paso del tiempo, el amor, la soledad, la intimidad cotidiana…”

Manchego, de Ciudad Real, vivió en Llerena durante unos años a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta.  Aquí seleccionó, ordenó y realizó un estudio preliminar de las cartas de Arturo Gazul Sánchez-Solana. Después de unos años dedicado a la docencia, marchó a Sevilla donde ha vivido hasta su muerte. En la capital andaluza fue impulsor y director de las revistas literarias Ángaro y Cal.

“Me marché a Llerena. Desde allí hice muchos viajes a Sevilla y me empezó a llamar la atención. Daba clase en un colegio privado. Cuando se cerró pasamos a ser del instituto, pero yo me negué. Se abría un colegio en Sevilla, Tabladilla, y me vine de profesor de Lengua, Literatura y Filosofía”. (Declaraciones al periódico ABC, de Sevilla).

Ese colegio de Llerena era, según la terminología de la época, el Libre Adoptado Nª Sª de la Granada.

No tenía que levantar la voz para hacerse respetar. Imponía su autoridad de forma natural, sin estridencias. Su licenciatura en Pedagogía, además de la de Filosofía y Letras, le confería un gran conocimiento en su manera de enseñar. Al final de cada clase confeccionaba un cuadro sinóptico donde recogía las ideas fundamentales, los siglos con sus corrientes literarias, características, autores y obras.

Durante su estancia en Llerena vivió en la Plaza de los Ajos, al lado del monumental Complejo Cultural de la Merced, que antes fue sede de la Compañía de Jesús. Aquí la vida le clavó el rejón más doloroso: la muerte de uno de sus hijos.

La mañana de su reincorporación a clase escribió en el encerado el comentario de texto del día. Del poema de Amado Nervo, ‘Al Cristo’: ‘Yo, maestro cual tú, subo al Calvario, / y no tuve Tabor cual tú tuviste…/ Ten piedad de mi mal, dura es mi pena/ numerosas las lides en que lucho;/ fija en mí tu mirada que serena, /y dame, como un tiempo a Magdalena/ la calma:/ ¡yo también he amado mucho!”.

 Quizás por eso su obra, según Pedro A. González Moreno, “es una poética de la desolación. Toda su lírica, de raíz existencial se vertebra sobre los ejes de la pena y el dolor, y se cimenta sobre los pilares temáticos de la temporalidad, la muerte y la evocación de un pasado ya irrecuperable”.

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