Esta semana, si por mal no fuera, estaríamos de feria de Llerena. De la antigua concentración de tratantes de caballerías que acudían por estas fechas a la compra y venta no queda nada. Ni siquiera el terreno donde se reunían alrededor del pilar con las bestias, ocupado hoy por el crecimiento de las edificaciones. Lo que fue rodeo se ha reducido a fiesta con comidas, bebidas, ruidos y paseos por el real.
De pequeño me llevó mi padre para que la conociera. Había muy pocos coches particulares y de servicio público solo dos. La gente subía a la carretera y allí esperaba a los taxis que no dejaban de dar viajes. Los abordaban en cuanto estaban a su alcance. Hasta hubo discusiones por el turno que le tocaba a cada uno.
Las atracciones principales eran el rodeo por la mañana y el circo y el teatro por la tarde.
Aquella noche fuimos a un espectáculo en el que actuaba, entre otros, Manolo ‘El Malagueño’.
Estuve más pendiente durante la actuación de las reacciones de mi padre y sus amigos que de lo que ocurría en el escenario. Vi cómo se emocionaban poniendo la frente tersa cuando cantaba ‘El niño perdido’. “La madre desesperada no encuentra remedio humano…Cuando llaman a la puerta y un buen hombre se presenta con el niño de la mano”.
También acudían a la feria compañías de teatro, como la del ‘Mari Paqui’. En mi pueblo lo instalaron en la Plazuela. Pepe, se llamaba el empleado que organizaba el montaje de toda la infraestructura: sillas, escenario, telones… Los que éramos niños entonces, principios de los sesenta, andábamos detrás de él porque si le ayudábamos en algo nos daba entradas. También se las regalaba a los vecinos que le prestaban algún mobiliario para las representaciones. El “Crimen de D. Benito”, con la desafortunada Inés María como protagonista, era una de las obras que traían en su repertorio y que fue de las que más gustó al respetable. Los Álvarez Quintero no faltaban. Los actores que componían el plantel de aquel teatro ambulante eran muy buenos. El recinto se llenaba todas las noches. Quedó en la memoria de los que lo conocieron una cancioncilla, que era como su carta de presentación: “Mari Paqui, el teatro de las grandes simpatías…”
Cuando salimos de la función de Llerena llovía intensamente. Habíamos quedado en que el taxi nos recogería en ‘La Casineta’, emblemático bar de la plaza. Me entretuve viendo llover desde los soportales. A contraluz de las farolas las cortinas de agua, como tendidas al viento, formaban impetuosos remolinos.
Corrían por el regajo de la calle las bolsas vacías de las chucherías. El reloj de la torre era un fanal en medio de la tormenta. Un espectáculo gratuito del que disfruté mientras los mayores distraían la espera en la barra. No me gustó que llegara tan pronto el taxi aquella noche.