(Cualquier parecido con la realidad puede ser verdad)
Van dos matrimonios con dos hijos cada uno entre los cuatro y los nueve años. Han alquilado un apartamento en una playa de Huelva. Como son ocho han pedido que les pongan dos camas supletorias y así se las arreglarán. Total, sólo son quince días de la segunda quincena de julio.
Nada más llegar, como están cansados del viaje, deciden acostarse a siesta para poder salir de noche más frescos y relajados.
Pero hete aquí que los niños no quieren siesta ni a la de tres y cuando los mayores están intentando conciliar el sueño, los pequeños empiezan a pelearse y a chillar. Sin haber pegado ojo se levantan y comienzan a arreglarse para dar una vuelta. El problema es que sólo hay un aseo y hay que guardar turno para usarlo. Mira por donde al marido de una de las parejas se le ha descompuesto el cuerpo, seguramente debido al estrés o a un zumo de ciruelas que estaba calentón y que se tomó nada más llegar. Entre amarillo y violáceo cada vez que le daba el apretón se las veía y se las deseaba para poder usar el servicio. Los niños crueles decían que qué mal olor había en el servicio y que no querían entrar, así que entre esto y las puestas del diarreico marido, llegaron las once de la noche cuando pudieron salir a dar una vuelta por el centro.
Buscan una terraza y piden unas cervezas y unos refrescos con varias raciones de pescado frito pues hay que cenar. Los niños de nuevo dando la coña porque no les gusta el pescado. Piden unos montados, pero no hay, así que se tienen que acercar a otro bar cercano y traen ocho montaditos para tomarlos allí. Más cerveza y refrescos que hace calor. Ya al final de la velada casi han perdido la cuenta de lo que se ha tomado cada uno. La sorpresa viene cuando piden la cuenta. La primera reacción al oír el importe es el silencio y mirarse unos a otros con cara de espanto. Una vez repuestos del primer tártago hacen que el camarero les especifique el precio de cada artículo. ¡Qué barbaridad! A este paso terminan las vacaciones pronto. A partir de mañana las cervezas y las cenas en casa.
A la mañana siguiente a la plaza de abastos a llenar la despensa y la nevera. Van los dos hombres, mientras las mujeres se quedan en el apartamento ordenando todo un poco. Los niños mientras tanto corriendo por los pasillos del edificio. Dos veces vienen los vecinos a quejarse del escándalo que están formando.
Hasta cerca de las doce no llegan los dos emisarios con las viandas. Vienen con cuatro bolsas repletas cada uno y han tardado más porque les dejaron el coche entrillado en el aparcamiento y no pueden salir. Las mujeres no se lo creen.
¡Vaya por Dios, ya os han engañado! Les espetan las esposas cuando abren las bolsas. Una lechuga podrida y los calamares que parece que olían. Mañana vais vosotras.
A la una a la playa. El apartamento está a unos ochocientos metros de la línea de playa. No es mucho, claro, pero si se va cargado con las sombrillas, las tumbonas, las bolsas con las toallas…y los niños más pequeños que se niegan a andar más parece que la distancia es la de un maratón. A buscar sitio porque como han tardado tanto los hombres en la compra (repetido tres veces por las respectivas) se tendrán que conformar con lo que hayan dejado los demás.
Ubicados, se dan un bañito y a tomar el sol. Vaya, parece que esto se empieza a enderezar. Bien embadurnados de cremas y protectores se tumban boca arriba. Adormecidos, se espabilan intempestivamente porque ha pasado un señor gordo recién salido del agua y más bien parece un perro cuando sale de un charco quitándose el agua de encima. No se han repuesto de ésta cuando pasan corriendo unos mozalbetes que los ponen de arena perdidos. A darse otro baño para quitársela.
En estas están cuando se dan cuenta que falta uno de los niños pequeños y empiezan a inquietarse y ponerse nerviosos. Reproches mutuos por la falta de cuidado. Por fin aparece. El niño estaba tres metros detrás de ellos, pero con los nervios no se dan cuenta.
Al tercer día le pica una avispa a la señora de uno de ellos y como es un poco alérgica se le pone la oreja como una papa. Corriendo al puesto de socorro, que bien podían haberse fijado dónde está el día que llegaron, pues tienen que preguntar dos veces.
El regreso de la playa es otra. Se duchan, pero vuelven a llenarse de arena. Cargados otra vez como burros, pero más cansados y los niños más pequeños cógeme, cógeme…Al llegar al apartamento con un sofoco de campeonato hay que preparar la comida, poner la mesa y a ducharse para quitarse la salitre y los restos de arena. A guardar turno porque como sabemos sólo hay un cuarto de baño. A eso de las cuatro y media, a comer. Los niños siguen sin querer siesta y hace un calor que no hay quien pare allí.
Así quince días…El viaje de regreso más bien parece una liberación. Cada uno de los mayores piensa para sus adentros que el año que viene esto no se repite así se junten el cielo con la tierra, pero éste año después del dineral que se han gastado a ver quién le dice a los los vecinos que no se lo han pasado como los indios.