Evaluaciones

Puestos ya los pies en polvorosa, este mes de mayo enfila el último fin de semana de su existencia. Desaparecerá del calendario, caduco ya de horas y crepúsculos, dejando una estela de incertidumbre sobre el porvenir de sus sucesores. No lo olvidaremos, como tampoco a sus antecesores que con cielo pardo y fecunda lluvia lo vistieron con sus mejores galas, a pesar de los indeseables huéspedes que impidieron romerías, bodas y despedidas. Y también interrumpieron la actividad académica.

Andan ahora maestros y profesores calificando a distancia a sus alumnos, con la división de opiniones derivada de las peculiaridades de cada Comunidad Autónoma. Algunas vinculan el disentir con una reafirmación de su idiosincrasia.

La suspensión de la docencia directa ha obligado a las autoridades educativas a improvisar y regular los métodos y medios con los que evaluar este tercer trimestre del curso, lo que ha provocado al principio desconcierto y confusión entre padres alumnos y profesores.

Tienen de base para hacerlo los dos primeros trimestres y eso hace menos imprevisibles los resultados, pero es complicado evaluar sin saber quién está haciendo los deberes que se han encomendado al otro lado del terminal.

En mis tiempos de estudiante por esta zona del sur de Extremadura, como por la mayor parte de la región, no había todavía institutos nacionales de bachillerato, así que teníamos que desplazarnos al Zurbarán de Badajoz para realizar los exámenes.  Podías ir por libre, a cuerpo limpio, a jugarte a una carta un año de trabajo o estudiar en un colegio de pago, lo que desgraciadamente no estaba al alcance de la mayoría. Los exámenes de las reválidas al final de cuarto y sexto curso debían realizarse en un centro oficial. Surgieron entonces los que en la terminología administrativa de la época denominaban colegios libres adoptados. Preparaban a sus alumnos y los avalaban en estos exámenes de grado y en los de los cursos de bachillerato para los que no estaban reconocidos.

Por estas fechas cercanas a las fiestas de san Fernando, que se celebran en la Barriada de la Estación, llegamos la primera vez al edificio de la Avenida de Huelva, temerosos ante lo desconocido. Después no fue para tanto. Había un buen plantel de profesores para corregir y llegamos bien preparados.

Quedan en la nebulosa del recuerdo algunos nombres de aquel tiempo. Diego Algaba con la maestría de su evocadora prosa retrató a dos de ellos sentados en la terraza del bar La Marina. Eran Enrique Segura y Ricardo Puente.

Me reconoció y saludé a don Carmelo Solís, una de las personas más cultas de las que tuve la suerte de ser alumno.

Después de los exámenes queda el poso de lo que se asimila, olvidado lo accesorio. Lo que pasa a formar parte de tu formación y cultura. Aprender a aprender es más importante que conocer el nombre de un mineral o el afluente de un río.

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