Cuando yo era niño no había trabas legales para fumar en ningún local. Tan ingenuos e ignorantes éramos que fumar delante de los padres se consideraba como un espaldarazo a la mayoría de edad.
El cine atizaba el vicio lo suyo. La exuberante Sara Montiel esperaba fumando tras los alegres ventanales a su amante. A ver quién se resistía. En el cine de mi pueblo se formaba tal humareda de celtas cortos que, pongamos por caso, no se distinguía la niebla del aeropuerto de Casablanca y a Humphrey Bogart, desapareciendo entre ella del humo del viejo salón de cine.
Eurovegas espera fumando las reformas legales necesarias para instalarse en Madrid, o sea, que el humo traspase los ventanales y las volutas campen a sus anchas por las tierras de Alcorcón.
No es fácil resistirse a las insinuaciones de una cabaretera que viene con un fajo de billetes en el liguero. Ya le han hecho guiños y demostrado explícita y ardientemente deseos de bienvenida y permanencia. Le allanarán el camino con el capote del relicario para que los aros de humo asciendan lúbricos desde las mesas de juego.