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Antes que las marañas del olvido
eclipsen los recuerdos de mi vida
a mi claro rival, bizarro, envido
a la apuesta de la última partida.
No albergo en las resultas esperanza,
pues luchar con el tiempo es pujo vano
y según la experiencia que me alcanza
tengo el duelo perdido de antemano.
Opongo al temporal mi rostro altivo
y no pienso postrarme de rodillas
ni entregarme sin lucha a ser cautivo,
así engañes o pongas zancadillas.
De las batallas en el alma tengo
cicatrices de afrentas ya olvidadas
de las que no exigí ningún devengo
ni guardo enemistades declaradas.
No busqué mal ajeno en mi provecho,
mas la daga traidora del amigo
en alguna ocasión dejó en mi pecho
desarmado la huella del castigo.
Disfruté de mis ratos de alegría
y en silencio sufrí las decepciones.
Un poso de sutil melancolía
aflora de secuela en ocasiones.
Muchas veces detrás de la sonrisa
ocultaba una sombra de tristeza,
una espina intangible e imprecisa
que a solas aumentaba su crudeza.
Mi norma es el derecho natural
que de la condición humana nace
y defiendo el discurso racional
para dar luz donde el misterio yace.
No profeso doctrina ni creencia
que atice las calderas del averno
insultando mendaz la inteligencia
con chantajes de fuego sempiterno.
Ni miedo os tengo ni laurel espero.
Cumplid el mandato encomendado
de acabar conmigo el día postrero.
Lo vivido lo tengo amortizado.
La misión, con defectos, cómo no,
está más que colmada, y al estribo
el pie, como Cervantes colocó,
feliz camino en paz, leo y escribo.