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La envidia se disfraza con afeites
y perfuma su hedionda fetidez
con costosos aromas de Chanel
y vistosos modelos de Cibeles,
pero el color cetrino de la inquina
más pronto que tarde reaparece
inundando el ambiente de toxinas.
Es tan fuerte su miasma nauseabunda
que a las más destacadas carroñeras
apesta el hedor de su inmundicia.