Viejos cortijos.

Si llegas al cortijo verás que tiene las paredes exteriores de  piedra y tierra desgarradas por los temporales. Está situado en una ladera elevada desde donde se divisan en la lejanía Ahillones y Berlanga. Las paredes de su solana sirven de abrigo a los cazadores mientras almuerzan en los días fríos. Casi todo el techo de maderos está hundido sobre el habitáculo, donde crece la hierba sin control entre los cascajos caídos del techo.  En el corral, que está en la parte trasera, hay un arado muy viejo y oxidado y restos de un carro: el yugo y trozos de una rueda. En la esquina  que da al noreste  se yerguen dos encinas de mediano tamaño. En la parte que da al poniente quedan restos de lo que fue una pequeña cochinera. 

Al  final de la ladera, por la parte septentrional, discurre el regajo del Monte. Por la parte meridional, ascendiendo un poco, se llega al cordel de las Garzonas-Navafría, límite del coto de caza de Ahillones y de Valverde.

Hace mucho tiempo tuvo moradores. El pan  se metía en una tinaja para que no se pusiera duro tan pronto. Se comía en la primera nave, reservando la última para las bestias, pues aún se conserva allí el pesebre. Por las noches, después de la faena se sentaban al fresco bajo el cielo estrellado con el canto de los grillos y las ranas de ruidosa compañía.

Los días de invierno se calentaban a la lumbre los campesinos,  mientras la leña chisporroteaba y desde el interior, a través del postigo, contemplaban la lluvia y las nubes agarradas a la sierra.

Una romana colgaba de la pared al lado de la foto de un hijo en el servicio militar.

Ahora está abandonado,  con las puertas rotas y abiertas de par en par. De una de las paredes que se mantiene parcialmente en pie cuelga un cuadro pequeño con la imagen desleída de una santa.

Éste, como tantos otros antiguos cortijos, se ha ido desmoronando poco a poco. Tuvieron su tiempo de vida y ajetreo cuando familias enteras  vivían en ellos o pasaban allí largas temporadas en los períodos de siembra y recolección. El límite de las faenas las marcaba  el sol y el canto de los gallos. 

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