Emigrantes.

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Columna Raíces. Periódico HOY

A  mediodía pasa el cartero. Las esposas de los  emigrantes  esperan   tras la puerta entornada que les traiga las  cartas  con bordes de rayas oblicuas  azules y rojas  con noticias de sus maridos.

Cada mes reciben  también el   aviso del  giro postal que les  sirve para mantener a la familia.          

En los pueblos hay poco trabajo.  Sólo  el estacional   en tiempos de sementera, recolección,  escarda y esquila. Los ayuntamientos ofrecen muy pocas peonadas. Los pequeños propietarios agrícolas  y los  artesanos aguantan a duras penas la larga y profunda crisis económica. La emigración es  una  salida a la que agarrarse para  mejorar la situación.

Francia, Alemania, Reino Unido, Bélgica, Holanda y Suiza pactan con los países del sur de Europa contratos de trabajo para cubrir sus necesidades laborales.

Las autoridades españolas gestionan las ofertas y demandas de trabajo a través del Instituto Español de Emigración. En los pueblos son las Hermandades Sindicales  de Labradores y Ganaderos  las encargadas de realizar  los trámites, informar y confeccionar los listados de solicitantes.   Badajoz es el lugar  a donde deben  dirigirse para un primer  reconocimiento médico. Superado éste, regresan a casa y  son llamados  posteriormente  para  emprender la marcha a sus puntos de destino.    Los viajes desde sus pueblos  hasta Badajoz los abonaba cada trabajador y desde Badajoz, en tren  hasta los lugares de trabajo,  corren  por cuenta de las empresas contratantes.  Siempre es un apoyo ir acompañado de algún paisano o gente conocida de un  pueblo cercano. Las empresas les ofrecen la posibilidad de alojarse en  barracones acondicionados  donde disponen de una cocina para cada  cuatro o cinco personas.

“Era duro dejar a  la mujer y  a los hijos, sabiendo que ibas a estar un año sin verlos. Cuando regresabas  los más pequeños  no te reconocían y extrañaban   tus brazos”, me cuenta uno de los  que emigraron en aquellos tiempos. “El trabajo no me acobardaba ni lo rehuía  por penoso que fuese, pero dejarlos aquí  tan pequeños me echaba el alma a los pies”.

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Una vez al año  vuelven  de vacaciones.  Las noticias e impresiones que refieren  a amigos y familiares  alientan o desaniman   a otros que dudan si emprender o no el  camino de la emigración.

Hay quienes  se llevan a sus mujeres y a  sus hijos.  “Yo preferí que se quedaran aquí porque quise evitar que  cuando decidiera venirme ellos hubiesen hecho amistades y empezado a enraizar allí, como les pasó a otros, y entonces hubiese sido más difícil el regreso de todos”. 

 Muchos vuelven  a los pocos años a sus pueblos. Intentan montar algún negocio con los ahorros o emigran ya con la familia completa  al  País Vasco, Cataluña o Madrid. Comienzan entonces a cerrarse muchas casas. Los hijos estudian  o encuentran trabajo   en los lugares  a donde se han ido. Allí  encauzan sus vidas. Los primeros que se fueron volvían  todos los años. Los nietos vienen de vez en cuando al pueblo donde nacieron y se criaron  sus abuelos y del que tantas historias les contaban de  su infancia y mocedad.

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