El kiosco

Juan fue un buen hombre con alma de niño y corazón de gominola. Trabajó de panadero en Zafra, pero una enfermedad lo obligó a dejar esa profesión. Recaló en Ahillones y ahí formó su familia.   Lo empecé a tratar entre incienso, velas y campanas cuando yo empezaba a frecuentar la sacristía. Fue sacristán a la vieja usanza, con sotana negra y roquete blanco con bordes de encaje en las celebraciones solemnes.  Y no había de ser menos cuando la liturgia era rito y sustancia y los curas usaban manteos y sombreros de teja.
El ser jefe de los monaguillos le otorgaba ascendencia sobre ellos en una institución donde la jerarquía es excelencia. Pero nunca imponía.  Las hostias las sacaba de la oblea con máquina y repartía los recortes que sobraban entre los veteranos de la plantilla, que por algo es un grado. Pan ácimo fino y blanco que se deshacía en la boca casi al instante.
Un día lo sorprendí echando un trinque del vino de la consagración que estaba en un camarín de la sacristía. A mí me pareció normal que lo hiciera porque era el encargado de su custodia y reposición. Me ofreció un trago para hacerme partícipe del secreto. Por cierto, el vino estaba riquísimo. 
Los estipendios que cobraba por sus funciones no debían de ser sobrados y empezó a buscar la forma de incrementarlos. 
En aquellos tiempos la televisión era una novedad y había pocas en el pueblo. En el amplio salón de la Acción Católica había una. Se llenaba todas las tardes para ver los programas infantiles y películas como Bonanza, El llanero solitario o El Virginiano… Y ahí metió punta para sacar reja.  La sobrina de don José, que este era el nombre del párroco, fue su prestamista sin intereses. Cinco duros, veinticinco pesetas de principios de los sesenta. Compró botellas de ‘La Casera’ y empezó a venderlas por vasos.  Cuando llegó el primer verano se hizo con una nevera antigua, de esas que se cargaban con barras de hielo. Era de un bar vecino y ya no la necesitaban. No enfriaba demasiado, pero las burbujas saltándonos a la nariz suplían lo que faltaba de frío.
Amplió la oferta con chucherías y adquirió un frigorífico eléctrico. Allí empezó a hacer polos con refrescos de naranja y limón en los moldes de los cubitos, con palillos que siempre salían ladeados.
El negocio marchaba y por fin llegó el kiosco.  Solicitó permiso al ayuntamiento y en una carpintería del pueblo se lo construyeron. Verde y cuadrangular, con portillo abatible delantero que graduaba en los laterales con clavijas, según luz o agua hubiera. En invierno le ponía cristales y dejaba solo una ventanilla para despachar, como en las taquillas de los cines.
En un alambre sujetas con pinzas de la ropa estaban las novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía, las amorosas de Corín Tellado y las calcomanías.  Por allí pasaban los hombres, las parejas de novios y los niños. Unos cuantos le ayudaban encantados a hacer cucuruchos de papel de estraza y llenarlos de avellanas, calentitas, recién sacadas del brasero. Él era uno más.
 El kiosco, un poco de isla, de oasis y de confesionario se convirtió en referencia y lugar de encuentro. Hoy solo está abierto en el recuerdo de quienes lo conocimos. 

6 respuestas a «El kiosco»

  1. Me has refrescado la memoria, no se los años que tu tienes, yo 70 pero recuerdo tantanto mi pueblo y mis vivencias en el me duele tanto su abando o que cuado tú bme recuerdas estaz cosas me duele el alma. Yo andaba por hay pero sin dinero para tele ni cucuruchos solos los miraba con deseos contenidos, nunca pude entrar al salon del cura, tampoco nunca pude comerme los cucuruchos de juan el del kiosco, pero me gusta tanto las historias de mi pueblo quwe tanto añoro, que por siempre quiero leerlas. Gracias.

  2. Como un cuento de tiempos inmemoriales me he bebido este entrañable artículo sobre el kiosco de tu pueblo y el gran personaje que describes. Todos hemos tenido en nuestra vida un Juan que ha endulzado nuestro paladar y nos ha hecho soñar con hadas, amores inalcanzables, valerosos batallas y justos pistoleros.
    Muchas gracias por hacer la la mente se rebobine para volver a saborear aquella vida infantil, repleta de sueños.
    Mi pueblo es Ribera del Fresno.

  3. El kiosko ese quiosco verde cuántos recuerdos me trae!!
    de pequeña cuántas veces entre en el. Y si ese hombre un poco desgarbado ese era mi títo Juan el del kiosko, su mujer María ,Daniel su hijo , Mariquita mi prima, y como mujer de Juan el del kiosko ella era María la del kiosco, recuerdos imborrables..
    Muchas veces me montaba en el carrillo.y me llevaba a por agua a la fuente cerro abajo. Gracias por hacernos recordar esos momentos tan bonito que nunca se nos borrará de la mente, hay una cosa más en medio de ese kiosco colgaba una cigüeña una cigüeña de plástico con una goma que cuando la movida parecía que volaba ese es el recuerdo que tengo mi mente en ese kiosko aparte de muchos más!! gracias gracias por hacer ese homenaje tan bonito tan bonito que la verdad que yo no sabía que había sido así los comienzos de Juan el del kiosko.

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