De espárragos

Hemos ido temprano a buscar espárragos a la sierra. De los verdes, que nacen en esparragueras de fuertes pinchos, tal que si no te pones guantes llegas a casa como si te hubieses peleado con diez gatos. Salimos desde Llerena por la carretera que va a Pallares y enlaza con la Autovía Ruta de la Plata en Monesterio.  Nos dirigimos a la Cañada Real de la Senda, una de las vías pecuarias de la antigua trashumancia, que procedentes de tierras castellanas y leonesas se ramifican por Extremadura. Está relativamente bien conservada y respetada su anchura. Otras cañadas, cordeles, veredas, coladas, sesmos y descansaderos han sufrido considerables mermas, cuando no desaparecido por roturaciones o apropiaciones de fincas colindantes.
Las desamortizaciones de Mendizabal y Madoz, entre otras, produjeron que estas extensas propiedades que ahora contemplamos desde una colina pasaran por obra y milagros del poderoso caballero de manos muertas a las de los vivos. No tenían muchas dificultades para amojonar o deslindar. Los ríos y los caminos servían de límites a los lotes. El dinero recaudado sirvió al Estado sobre todo para sanear las finanzas públicas a través de la compra de deuda, cuyo precio real estaba muy por debajo del nominal.
Me acompaña en este paseo matinal y esparraguero un buen amigo, conocedor de todas estas tierras por haber vivido en uno de estos cortijos.
“Qué bien el nombre ponía/quien puso Sierra Morena/ a esta serranía”.
El río Viar, afluente del Guadalquivir en tierras extremeñas, nos queda a tiro de piedra. A lo largo de su cauce se extienden bancos de niebla. Paraje agreste donde pastan ovejas merinas y vacas coloradas que al sentirnos levantan sus cabezas sorprendidas y después vuelven a la hierba verde de esta primavera adelantada.
Me cuenta el amigo y guía algunos aspectos de la vida de entonces. Aquí se crio con su familia. En la Nochebuena iban recorriendo los cortijos de la zona para felicitarse recíprocamente las pascuas. Villancicos, aguardiente y polvorones. La comitiva incrementada por los moradores de cada finca seguía la ruta hasta que el alba los sorprendía por el horizonte. Asistía a las clases en una dependencia habilitada como escuela en los aledaños del cortijo de los dueños.  Iba andando al caer la tarde, cinco kilómetros para allá y cinco de vuelta.  Los domingos, a misa, como Dios mandaba y la señora disponía, a la capilla de la hacienda. París valió una misa para Enrique IV y para ellos las dominicales el pan y cierta estabilidad en el trabajo.
De sus palabras se desprende un gran amor a las tierras que esta mañana estamos recorriendo. Cada cerro, cada valle le evocan recuerdos de niño y de su primera juventud. Algunos escarceos amorosos entre los juncos de la ribera, paseos con la luna de enero…Lo entrañable de aquella vida a pesar de las dificultades. 
Los crepúsculos de las tardes de verano, el rumoroso musitar de la lluvia en las encinas, las noches estrelladas, las charlas alrededor de la candela. Y el silencio para buscar a ese que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario, que nos cuentan los versos de Antonio Machado. 

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