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Levanté en sueños un castillo
en los acantilados,
donde rompen las olas su bravura
y en días tranquilos
el cambiante color de su tersura
llena de cadencias armoniosas
el apacible transcurso de las horas.
La franja rielada de la luna
con brillo de peces plateados
partía en dos a la noche marinera.
Su cuerpo de sirena,
largos cabellos y ojos de zafiro,
protegí de inclementes tempestades.
Viajé con ella en nubes de algodón,
recalando en las más recónditas riberas.
La amé como sólo se ama en sueños
con caricias de espumas
en el frágil cristal de su hermosura…
Desperté aterido.
Por la ventana entreabierta
llegaba el rumor del aguacero.
Quise anudar el sueño interrumpido,
pero la diosa Eos con velo azafranado
había anunciado a Helios
por los bordes rosados de la aurora.