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¡Qué suerte tienes, encina,
acariciada por brisas
de tan diversos destinos!
Desde tu otero divisas
las estrellas de la noche
y los cruces de caminos.
Cada tarde el sol te deja
cobijado entre tus hojas
el rescoldo de sus brasas
y de noche se resguardan
al amparo de tus ramas
los pajarillos que al alba
alegrarán la mañana.
En el tiempo del estío
das cobijo a los pastores
mientras la chicharra sierra
el aire de los olivos.
Cuando el viento se enfurece
y remueve tu ramaje
aguantas fuerte y gallarda
sus violentas embestidas.
Y si te dañan, con mimo
la luna te cura
con su luz de nácar
tus ramas ajadas
y ranas y grillos
te susurran nanas
en el aire quedo
de la madrugada.