Había estado todo el día de jarana y al llegar a casa encontró la puerta cerrada. Llamó insistentemente varias veces y al no recibir respuesta retrocedió, miró al balcón entreabierto y con el índice al cielo dijo a voces: ¿No me quieres abrir? ¡Pues que sepas que la que está encerrada eres tú! Y volviendo sobre sus pasos se fue por donde había llegado, vacilante el caminar, pero enhiesta la cabeza.
Si viviera en estos días de zozobra comprobaría que la libertad no siempre está en la calle y que con esta pandemia coronada estamos más protegidos dentro de casa que fuera. La clausura y el recogimiento han dado muchas veces más frutos que la compaña.
Newton aprovechó su tiempo de reclusión durante la peste del siglo XVII para hacer experimentos de óptica con unos prismas que había adquirido y un agujero abierto en la persiana.
Shakespeare escribió en parecidas circunstancias algunas de sus obras maestras como Macbeth y El Rey Lear.
Miguel de Cervantes inició la primera parte del Quijote estando en prisión… “se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”
Yo tuve varias vivencias al respecto. No tengo tantos encierros como san Fermín, pero sí algunos por travieso. Me castigaron un domingo junto con otros amigos a permanecer en la biblioteca del centro traduciendo un texto latino de Lucano mientras los demás compañeros veían ‘Escala en HIFI’, un programa que presentaba entonces Juan Erasmo Mochi y en el que los actores mediante playback interpretaban canciones de moda. Como la televisión era el único entretenimiento de aquellas tardes tediosas me disgustó bastante el castigo. Me sentí desterrado en aquella impresionante biblioteca donde fuimos confinados. Al principio se me hizo difícil soportar la situación, pero según iba avanzando la tarde aquel silencio rodeado de libros me fue gustando. Dejé que César y Pompeyo se las vieran entre ellos en la célebre batalla de Farsalia y me dediqué a curiosear por las estanterías y anaqueles. Toqué los lomos de libros de antiquísima encuadernación, acaricié páginas amarillentas y admiré los trazos góticos y caracteres arabescos de algunas publicaciones…Un privilegio que no estaba al alcance de todos.
En otra ocasión me recluyeron en una habitación de mi casa. Entraba el sol por un agujero de la ventana que daba al patio. Un haz de polvo en suspensión atravesaba la estancia en diagonal hasta el suelo donde se convertía en moneda de oro. Allí observé sin saber todavía la explicación las imágenes invertidas en la pared cuando pasaba alguien por el corral y comencé a hacerme preguntas.
Por eso ahora sobrellevo bien este encierro a pesar de mi afición a caminar por el campo y observar la Naturaleza. De vez en cuando no viene mal un alto, aunque este sea forzado. Pero sin pasarse, eh, que lo poco agrada y lo mucho empalaga.