Nos pintaron a Dios en un trono de fondo azul celeste, en el último peldaño de una gran escalinata, rodeado de serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, ángeles y arcángeles en continua adoración de cánticos celestiales.
La felicidad crecía en intensidad según el puesto que se ocupara en la escalera, estando el cenit de la misma en las proximidades de su luz cegadora.
Eso fue cuando era niño, así que mi imaginación fue construyendo un paraíso en el que sería feliz eternamente. Lo que yo quería en aquellos tiempos era un lugar donde pudiese estar todo el día jugando sin que nos llamasen a comer cuando mejor lo pasábamos.
Me fui haciendo mayor, (¡Dios, para qué nos diste el pensamiento!) y se fue resquebrajando esa idílica idea a medida que se desarrollaba mi capacidad de razonar.
La guinda la puso el Sumo Pontífice cuando afirmó que el cielo no es un lugar, sino un estado. ¡Adiós a juegos eternos en las praderas del cielo! Antes habían eliminado de un plumazo el limbo, lugar a dónde iban los nacidos que morían sin bautizar. Mantienen el infierno: “Allí será el llanto y crujir de dientes” ¿Arden los espíritus y los cuerpos resucitados?
Según el Concilio de Letrán “todos ellos resucitarán con el propio cuerpo que ahora llevan. “ Las cualidades de los cuerpos resucitados, según doctrina, son: impasibilidad (ajenos al mal físico), sutilidad ( capacidad de atravesar cuerpos), agilidad (por oposición a gravedad), y claridad (rebosantes de hermosura y esplendor). Hasta nos habían calculado la edad que tendremos una vez resucitados, una edad madura, pero joven (36, 37 años)
Pero, ¿por qué no resucitan los cuerpos recién muertos? ¿Por qué ese tiempo de ceniza y silencio hasta el toque de las trompetas del último día?
Perdonen mi atrevimiento los dogmáticos tridentinos- lefebvrerianos, pero lo que me enseñaron se ha desmoronado estrepitosamente. Necesito una explicación, quizás más, una disculpa, por las noches de miedo que pasé pensando en el fuego eterno. Con todos mis respetos para los que siguen creyendo de buena fe, el mismo que yo exijo para mí, a día de hoy todo es decepción y dudas. Seguro que Dios, si existe, debe ser más inteligente y bondadoso que los que mataron y condenaron en su nombre. Si nos hubiesen hablado de amor y no de miedo, otra gloria nos esperaría.