Decimos por aquí que todas las sementeras tienen su día de zarpa para referirnos a esos en que se pega el lodo a los bajos de los pantalones por lluvia abundante. Y, haciendo símil con aconteceres de la vida, los días que se dedican a la francachela y la farra de manera esporádica. Uno de ellos recalamos un grupo de amigos y yo en la ciudad donde prestábamos servicios a la patria en un establecimiento donde crujen las pisadas por la cera y hay conserjes con bigotes retorcidos y fruncidos ceños que custodian la tranquila ociosidad de distinguidos desocupados que releen y escudriñan esquelas de apellidos ilustres.
Amablemente se nos comunicó que aquel lugar estaba reservado para uso exclusivo de socios. Razón que comprendimos y cuya infracción justificamos por desconocimiento de tal circunstancia al no habernos percatado de los letreros que lo anunciaban.
El cartel que luce en determinados establecimientos públicos es distinto. Avisa de que se reserva el derecho de admisión para impedir que ciertas personas por su comportamiento incívico alteren la convivencia. Los motivos de exclusión deben estar expuestos, ser explícitos y no usarse esta reserva de forma arbitraria y selectiva. Cuando veo estos carteles, instintivamente me miro la ropa y compongo el porte. Los he observado muchas veces, pero nunca en comercios, fraguas ni en farmacias, por ejemplo. Parece que las posibles injerencias indeseadas son más frecuentes en la hostelería que en otros establecimientos.
Donde se nos impedía el acceso en nuestra juventud sin necesidad de letreros era en los bailes a cuya puerta los porteros, algunos de ellos con vara de mimbre en ristre, vigilaban para que no entrasen menores ni los que pretendían colarse sin pagar entrada.
Había otros lugares que sin porteros ni avisos evitábamos por iniciativa propia en determinadas circunstancias. Por ejemplo, cuando empezábamos a entrar en los bares a tomarnos las primeras copas si comprobábamos que dentro estaban nuestros padres. Si lo hacíamos sin darnos cuenta durábamos poco dentro y abandonábamos el local pronto o tomaban ellos la decisión de hacerlo más que por el pudor de compartir vinos por los temas que se abordan a su calor.
Los mayores también evitan zonas y locales que frecuentan los jóvenes. Cada generación tiene sus formas de disfrutar el ocio, sus horarios y locales habituales.
En estas fechas de jolgorio y convivencia rematamos veladas en lugares que habitualmente ocupan ellos. Nos saltamos un invisible derecho de admisión.
Al vernos entrar nos miran extrañados ¿Adónde irán estos a estas horas? Lo más probable es que piensen, y aciertan, que se nos ha caldeado la boca. Regresamos a locales donde antes fuimos protagonistas y que abandonamos poco a poco por la edad. Porque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, como dijo Neruda.