No hay palabra que cobije a un grupo tan numeroso de personas repudiadas como este pronombre personal. Bajo su velo difuso metemos a los supuestos causantes de nuestras carencias y desventuras, a los que creemos que nos burlan hacienda, peculio y bienestar, a los que tienen poder de decidir sobre nuestras vidas. La mayoría tiene la habilidad innata o el apoyo legal para cargar el peso de la tarea común sobre hombros ajenos. A todos, despojados de sus individualidades, les buscamos acomodo en el lóbrego sótano de este sufrido vocablo que encubre nombres y generaliza culpas. “A ellos les da igual”, “verás como ellos no se lo bajan”, ” a ellos no les afecta la crisis”… Esta forma pronominal es el banco malo de la gramática a donde derivamos los activos tóxicos que originan nuestros pesares. Reina solo, sin consorte, sin compartir trono con su oponente femenino plural. Aquí el masculino se lleva en solitario la palma y el laurel. No se sabe de ningún grupo feminista que haya reivindicado para la forma pronominal “ellas” la partición de poder para ayudar a soportar tan onerosa carga.
Me reído un buen rato a cuenta de “ellos”.