“Estos días azules y este sol de la infancia” fue el último verso conocido que escribió Antonio Machado. Lo encontró su hermano José en un papel arrugado que guardaba el poeta en el bolsillo de su viejo gabán, allá en Colliure, en el hotelito donde la familia Quintana les dio cobijo a él, a su madre, a su hermano y a la mujer de éste, Matea Monedero.
Un verso alejandrino que evoca añorante la infancia lejana en medio de las dramáticas circunstancias del exilio. Un aire prístino que devuelve puro y azul en el recuerdo aquellos días felices de Sevilla, con la luz del sur reflejándose brillante en los limoneros del palacio de las Dueñas
Cuando ya todo estaba perdido y la muerte acechaba, debió vislumbrar por el balcón de la habitación que daba a la plaza del pueblo francés el cielo que le recordaba al de su niñez. Al final, en el recuerdo, vuelve a los orígenes donde fue feliz. Un broche azul de cielo encierra su pasado y su presente en un verso.
Una trayectoria vital consecuente con su pensamiento le costó alejarse de su patria por donde cruzaba una vez más la sombra errante de Caín. Prólogo y epílogo que guardan dentro una obra poética profunda y bella que brota del manantial sereno, de un hombre que era “en el buen sentido de la palabra, bueno”.