El tren.

 

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(Dedicado a Juan Sevilla, que sabe mucho más que yo de esto por oficio y por entrega)

La primera vez que vi un tren fue, siendo muy niño,  una noche en la estación de Llerena. Se acercaba procedente de Sevilla bufando con grandes resoplidos y desprendiendo nubes de humo blanco.  Me pareció un  cíclope negro y estruendoso  a punto de estallar. 

La impresión que me produjo hizo que me planteara algunas cuestiones sobre su funcionamiento. Empecé admirando la habilidad de los maquinistas por la destreza y habilidad que debían  de tener  para no salirse de la vía. Posteriormente elucubré sobre si  tirando una moneda al aire en el interior de un vagón, yendo éste en marcha, caería sobre la misma vertical   o se desplazaría unos centímetros.

Después me llevó y me trajo muchas veces de  Badajoz.  Por aquellos tiempos había vagones clasificados por categorías. Los de tercera tenían asientos de madera y  estaban todos  en el vagón sin separación entre ellos. Posteriormente suprimieron la tercera clase y quedaron la primera y la segunda.

Nuestra curiosidad, propia de aquellas edades,  nos llevaba a asomarnos por las ventanas para ver, sobre todo en las curvas, la  larga  cabellera  blanca que salía de la máquina y que nos ponía perdidos de carbonilla.

Posteriormente  los vagones  tuvieron compartimentos o apartamentos con  un gran pasillo exterior  en el que había que estrecharse  o apartarse para dejar paso a los que venían de frente. En cada una de estas  dependencias cabían unas diez personas sentadas de cinco en cinco enfrente unas de otras. Se entablaban a veces conversaciones amenas y otras en silencio se escuchaba el traqueteo y los pitidos del tren. No era infrecuente que se sacara la talega o la hortera para tomar un bocado.

Nos gustaba  a los muchachos atravesar de un vagón a otro por la aventura que suponía pasar por las chapas metálicas que se movían continuamente en aquel pasadizo tapado con lona en forma de acordeón. No nos dejaban los mayores, pero nosotros poníamos la excusa de que íbamos al servicio.

Las cantinas de las estaciones se llenaban cuando el tren arribaba. Se preguntaba al revisor cuánto tiempo paraba y terminado avisaba con la expresión “¡Viajeros al tren!”

 Siempre iba en el tren una   pareja de la guardia civil con su antiguo uniforme de correas y tricornios. Si lo consideraban oportuno, pedían la documentación a los viajeros.  En algunas paradas subían barquilleros  y vendedores de chucherías con sus canastas de mimbre.

Ha surgido este tema del tren porque ayer viajando de Llerena a Mérida coincidí en el vagón con un antiguo ferroviario de 82 años que venía de Córdoba a Mérida para ver unos familiares. Éramos los dos únicos que íbamos en el  vagón, así que  entablamos amigable charla. Añoraba él el trasiego y actividad  que tuvieron antaño las estaciones por donde pasábamos, la abundancia de personal y el tráfico de mercancías que llegaba a cada una de ellas. De los pueblos cercanos llegaban, primero con remolque tirados por mulas y tiempo después con pequeños camiones a recoger los bultos y fardos que habían llegado en los mercancías y que se quedaban en depósito hasta que  los retiraban para llevárselos a sus destinatarios. ¡Qué pena que este medio de locomoción tan cómodo languidezca poco a poco en nuestra tierra!

 

4 respuestas a «El tren.»

  1. Sencillamente maravilloso ,a una se le abre el alma cuando lee esta reliquia,porque dentro de nada es eso lo que pasará a ser por estas tierras nuestras,un recuerdo de otros tiempos vividos como si ya fuesemos ancianos,como si nos acercaramos a una era espacial donde tuvieramos que abandonar viejas costumbres de vida y de transportes,nos han hecho creer que todo esta en deshuso,que pena,a dónde vamos? o mejor dicho a dónde nos quieren llevar?,gracias por esas palabras…

    1. Gracias, María Luisa. De tus hermosas palabras se desprende tristeza y nostalgia. Desgraciadamente añoraremos con el tiempo muchas vivencias y sensaciones que no volverán a repetirse porque nos habrán robado lo que nos las producían.

  2. Estupendo recuerdo de una época, Juan Francisco. Los cambios y vueltas que dan las cosas en estos tiempos son tantos que, quién sabe, igual se recupera el tren; pero ya no será lo mismo.

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