Cerca de dos millones de españoles hicieron las maletas en los años sesenta para emigrar a otros países en busca de un medio de vida y un porvenir para sus hijos. Jornaleros y pequeños agricultores, sobre todo, dejaron su tierra y sus pueblos para ofrecer lo que tenían: sus brazos y su buena disposición para el trabajo.
La forma de comunicación más habitual con la familia que quedaba en el pueblo eran aquellas cartas que se distinguían del resto de la correspondencia por unas rayas rojas y azules en los bordes de los sobres.
Los nietos de esos hombres y mujeres vuelven a hacer lo mismo que sus abuelos: emigrar, pero el bagaje que llevan consigo para ofrecer en los países de destino ha cambiado: carreras universitarias, idiomas, másteres…
Las maletas son de colores variados y mucho más manejables que las que llevaban sus ascendientes. Hasta tienen ruedas para portarlas con más facilidad.
Se comunican con sus familias en el pueblo a través de ordenadores, móviles y otros artilugios electrónicos. Es el progreso. La cosa tiene “wassap”.