Cuentan que a la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla iban muchos devotos curristas sólo por ver al Faraón de Camas hacer el paseíllo.
Conociendo sus “espantás” y la tardía apertura del tarro de las esencias artísticas, el paseíllo de Curro por el albero de la Maestranza con la música de la banda que dirigía el maestro Tejera, era un rito que colmaba por su estético ceremonial las expectativas de muchos incondicionales.
El empaque del torero, montera calada y capote de paseo terciado, lento y ceremonioso el andar, era todo un espectáculo. Si después en el primer tercio la magia de Cuchares le tocaba con la varita de la inspiración y el capote bordaba en el aire un par de verónicas, los fervorosos admiradores tenían satisfecha la temporada. Lo que viniera después, era regalo y añadidura del tan admirado como denostado matador que a nadie dejaba indiferente.
No comprendo la aprensión de algunos por el paseíllo y posterior declaración como imputada que la infanta de España deberá hacer en los juzgados de Palma, cuando deberían estar orgullosos porque esta ocasión ofrece al Estado, en concreto a la Justicia, la oportunidad de demostrar al mundo que España es un país realmente democrático sin discriminaciones ni privilegios ante la ley.
Sólo los trasnochados añorantes de una monarquía cortesana ya periclitada, los que temen que el paseíllo y la comparecencia dañen la imagen de España y cuarteen los cimientos del Estado, junto a aduladores de aluvión, se oponen a todo este proceso con presiones a veces vergonzantes sobre el juez, señor Castro Aragón.
Aunque no sea de albero el suelo, el paseíllo le da la oportunidad a tan elevada representante de la institución monárquica de mostrar temple, elegancia y clase, que en este caso se le supone, como el valor en la mili, por alteza y por realeza.
Con más razón si, como defienden sus abogados, el Fiscal General del Estado, el fiscal señor Horrach, y otros destacados representantes del poder, no existen razones para su imputación.
La lidia, valga el símil, está dentro del edificio y es ahí donde el buen oficio y hacer de los monosabios lidiarán con pericia y astucia para que la sangre azul no llegue al río. ¡Qué más hubiese querido Curro Romero que entre el toro y él hubiesen colocado tantos burladeros donde guarecerse en las malas tardes!