Todas las emisoras de radio conectaban a las dos y media de la tarde y a las diez de la noche con Radio Nacional de España para emitir el diario hablado. Estas noticias centralizadas comenzaban con la sintonía correspondiente, adaptación de una llamada militar del siglo XV, la Generala y terminaba con los vivas y los arribas de rigor, tras lo cual se escuchaba el himno carlista, el Oriamendi, y el himno nacional. Este sistema duró, descargado ya en los últimos años de exaltaciones patrióticas, hasta el 25 de octubre de 1977, fecha en que las emisoras privadas pudieron elaborar sus propios programas informativos.
Este diario hablado era conocido popularmente como elparte, imitación de los que en tiempos de guerra dan los bandos contendientes.
No era para menos porque, según contaban los mayores, uno de los antecedentes de estos diarios hablados estuvo en los monólogos del general Queipo de Llano emitidos desde Unión Radio Sevilla en los que arengaba a los suyos y metía el miedo en el cuerpo a los contrarios con inflamado y amenazante verbo y un estilo peor que tabernario.
Como todos no disponían de aparato de radio, a la hora de las noticias y charlas propagandísticas se reunían en las casas de quienes sí disponían de ellos.
En ciertos informes elaborados en la Causa General instruida por el Ministerio Fiscal sobre los tiempos de la ‘dominación roja’ he leído que a algunos investigados les valoraban favorablemente la acreditación de otros vecinos de que escuchaba el parte con ellos, dando así a entender la supuesta adhesión a la causa, aunque, según se especifica en el mismo, la conducta personal del investigado era manifiestamente mejorable. A esta documentación se puede acceder hoy libremente a través del Portal de Archivos Españoles (PARES).
El Nodo, “el mundo entero al alcance de todos los españoles”, los partes y la Formación del Espíritu Nacional, que se cursaba como asignatura obligatoria en los centros de enseñanza, fueron las fuentes de nuestra formación cívica. Varias generaciones crecimos en esa resaca de silencio que se produce después de un gran estruendo. Aprendimos las cuatro reglas y los primeros trazos entre consignas y efemérides que salpicaban las enciclopedias de héroes y villanos.
Como no conocíamos otra cosa hicimos normalidad de lo que nos enseñaban, pensando que la historia era tal como nos contaban hasta que pudimos vislumbrar que más allá de aquel sol entre montañas que siempre estaba amaneciendo existía otra forma de ver la vida.
Reconozco mi escasa y parcial formación en aquellos tiempos de la que empecé a salir cuando otros compañeros hablaban de hechos y personajes de los que yo nunca había oído hablar.
En las universidades empezaban a surgir las protestas y a correr los estudiantes delante de los grises. La ley de prensa e imprenta de Manuel Fraga, a pesar de sus limitaciones, secuestros y sanciones, suprimía la censura previa y empezó a colarse por sus rendijas un poco de aire fresco. El diario de la tarde Informaciones y las revistas Triunfo, Sábado Gráfico y Cuadernos para el Diálogo, entre otros, empezaron a mostrarnos facetas de la realidad que desconocíamos.
Aunque siempre habrá quien diga que mientras más se sabe más se sufre y que para lo que hemos aprendido… Así somos.